jueves, 28 de enero de 2016

El banco


Hoy es un día fresco pero soleado. Después de una semana de lluvia y viento racheado, viene bien una tregua. De este modo puedo estar sentado aquí, al aire libre, todo el tiempo que quiera. El otoño tiene eso: un día hace frío y otro calor. Estos días pasados no sabía dónde meterme. No iba a estar tomando un café tras otro o pasarme toda la mañana en el mismo bar y frente a la misma cerveza.

Desde que frecuento este lugar he hecho alguna que otra relación, no muchas. El chico de la ONCE fue el primero de mi reducido grupo de amistades callejeras, por llamarlas de algún modo. Claro que cada día le compro un cupón y dedicamos unos minutos a la cháchara intrascendente de siempre: que si el tiempo, que si a ver si me toca de una vez, que qué haría si me tocara, que qué mal que está el país, que si  los políticos son todos iguales, y así cada día. Después está el grupito de jubilados que discuten de futbol mientras, acodados en una valla metálica, observan las obras de la nueva línea del metro. Siempre me saludan y tienen palabras amables conmigo aunque solo sea por cortesía. Yo de futbol no entiendo mucho, así que no puedo integrarme en su conversación. El cartero, el barrendero y algún que otro policía municipal completan el conjunto de asiduos con lo que intercambio algunas palabras. Los municipales siempre me saludan con respeto, llevándose la mano derecha a la visera de la gorra. Deben preguntarse qué hago allí todos los días, pero nunca me han preguntado. Mi aspecto no les debe suscitar ningún recelo.

Pasarme doce horas en la calle tiene su lado positivo. Me estoy convirtiendo en un gran observador. Veo pasar gente tan variopinta que no puedo evitar hacerles una rápida radiografía con el consiguiente diagnóstico: cómo es su vida o su forma de ser; si tienen familia o viven solos; si son felices o desgraciados. Por cómo visten y andan intuyo si tienen estudios, si trabajan e incluso de qué trabajan. Algunos van deprisa y mirando al frente, satisfechos, quizá incluso felices. Otros, en cambio, caminan lentamente y cabizbajos, como queriendo esconder su existencia. Los hay despistados. A más de uno le he tenido que advertir que se le había caído el periódico, que se dejaba olvidado el paraguas, una bolsa, un paquete en el banco de enfrente o cualquier otra cosa. Hubo uno que incluso se dejaba un maletín. Podría haberme agenciado de los objetos olvidados pero soy una persona honrada y nunca haría algo que no quisiera que me hicieran a mí. Pero, claro, no todo el mundo es igual. Cada uno es como es y hace lo que más le conviene o necesita. La necesidad puede torcer voluntades.

Pero con tanta gente que ven mis ojos, todavía no he detectado a nadie como yo, que se pase casi todo el día sentado en un banco viendo pasar a la gente y dando de comer a las palomas. Y leyendo dos periódicos.

He pensado en comprarme una libreta para ir anotando en ella todo lo que me pasa por la cabeza, a modo de diario. Quizá algún día podría publicarlo. Pero ahora mismo no me siento con ánimos. Paso horas interminables haciendo de mero espectador de las vidas ajenas sin apenas moverme de este lugar al que acudo puntualmente todos los días. Excepto los festivos.

Un día decidí callejear por los alrededores. Andar ayuda a mantener sano el corazón. Pero al cabo de una hora de deambular sin rumbo fijo, lo que más me dolía no eran las piernas sino precisamente el corazón. Sabía que existían pero nunca los había visto tan de cerca. La pobreza es invisible para algunos. No los llegué a contar pero creo que fueron más de una docena. Y solo en una hora. La pobreza es incontable para muchos. Desde aquel día decidí quedarme en mi banco, porque ya era mío por derecho, un derecho adquirido.

Llevo sentándome en este banco dos meses y diez días, que lo tengo contado, el mismo tiempo que llevo engañando a mi mujer. ¿Qué con quién la engaño? No, no se trata de una infidelidad. ¿O sí? A fin de cuentas también se puede considerar infiel aquél que rompe la promesa de ser sincero con su pareja, de decirle siempre la verdad. Y yo llevo dos meses y diez días mintiéndole, u ocultándole la verdad, que viene a ser lo mismo.

No me atrevo a confesárselo. Ésta ha sido mi primera cobardía en toda mi vida. Suficiente tengo con mi propia vergüenza y desazón como para contagiársela a ella. Quizá no se avergonzaría de mí pero sí podría sentirse defraudada, ella que siempre me ha tenido por un tío brillante y capaz de comerse el mundo. Pero es que yo era así, hasta hace dos meses y diez días. Quién sabe si acabaré como uno de esos seres invisibles e incontables.

Dicen que de todo hay que ver el lado positivo. En mi caso puedo decir que, por lo menos, ahora estoy muy bien informado pues leo dos periódicos al día aunque dejo las noticias para el final. Lo primero son las páginas de ofertas de empleo, un empleo que me devuelva la dignidad perdida y las ganas de vivir. ¿Hasta cuándo tendré que seguir viviendo en este banco? Menos mal que hoy es un día fresco pero soleado.
 
 

jueves, 21 de enero de 2016

La hora de la verdad



De pequeño, a Ricardo le atraían sobremanera las películas de héroes. Cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, respondía, invariablemente: quiero ser un héroe. Huelga decir que ello provocaba sonoras carcajadas por parte de la concurrencia, ante la cara de incomprensión del pequeño. No entendía por qué no podía ser un héroe, como los del cine.

Cuando, llegado el momento, tuvo que elegir su futuro profesional, Ricardo se decantó por estudiar medicina. Fue una decisión muy meditada, no exenta de serias dudas. Le daba miedo tanta responsabilidad. Pudo más, sin embargo, aquel sentimiento infantil por hacer algo heroico, que en este caso se traduciría en salvar vidas. Sería el primer médico en el seno de una familia humilde. Vería así satisfechas las ilusiones y esperanzas puestas en él por sus padres. Estarían orgullosos de él. Todo parecía perfecto.

Estudió duramente, sacrificando muchas horas de sueño. Quería ser el mejor. Hizo una carrera brillante y obtuvo el número uno en el examen de MIR. Eligió la especialidad de neurología. Quería ser neurocirujano. Es un campo en el que todavía existen muchos interrogantes. Junto con la oncología, es un terreno con muchos recovecos por explorar. Todo un reto, Y a él le gustaban los retos.

Los cuatro años de médico interno residente los pasó junto al mejor neurocirujano del país, el viejo profesor Moragas. Esperaba poder sustituirle algún día. Y, tras años de paciente espera, sus deseos se verían cumplidos.

Aquéllos fueron los mejores años de su vida. Fue un alumno brillante y luego un magnífico médico especialista. En el hospital conoció a Amanda. Era la enfermera más bonita de la planta de neurología y, por fortuna, soltera y sin compromiso. Al principio ella le ignoraba. Quería evitar habladurías. No estaba bien vista una relación entre médico y enfermera dentro del mismo departamento. No hubo nada de heroico pero no fue fácil enamorarla. Amanda solo vivía, como él, para el trabajo. Pero la personalidad, insistencia y saber hacer de Ricardo acabó por seducirla. Así, lo que empezó con una relación de amistad desembocó en un amor apasionado. Mantuvieron su relación en secreto durante tres largos años. Se casaron justo al terminar él la residencia.

Su vida hospitalaria no fue, en cambio, como se esperaba. No resultó tan estimulante como en “Anatomía de Grey”, su serie televisiva favorita, pero no estuvo exenta de pequeñas heroicidades. Acabó ganándose el reconocimiento de sus compañeros y la confianza de sus pacientes.

Ahora lo recuerda todo con una mezcla de nostalgia romántica y amargura. Han pasado más de diez años desde el día en que le fue presentado el equipo médico en el que se incorporaría como residente y tres desde que se convirtiera en un jovencísimo jefe de servicio. Aun así, a veces todavía se siente como un aprendiz o, peor aún, como un curandero, un chamán, luchando contra la muerte. Cada intervención sigue siendo un gran desafío pero hace tiempo que perdió el temor a las dificultades inherentes a su profesión. El único miedo que aún perdura en su interior es al fracaso más absoluto: la muerte de un paciente que lucha por sobrevivir y que ha puesto la vida y las esperanzas en sus expertas manos.

De momento, el índice de éxitos es satisfactorio y muy elevado con respecto al de sus colegas de especialidad. Aún así, un diez por ciento de muertes durante la intervención y el postoperatorio es una cifra demasiado alta. Claro que a él siempre le derivan los casos más difíciles.

Hace un año tuvo un caso con el que nunca hubiera querido lidiar, uno de esos que los médicos denominan “especiales”. Le dijeron que no se implicase, que lo cediera a otro, a quien él eligiera, de dentro o de fuera del país. Era un caso demasiado difícil incluso para él. Un tumor cerebral a priori inoperable. Demasiada tensión emocional. Si la muerte de cualquier paciente en la mesa de operaciones le producía una gran congoja y frustración, la de aquella paciente le ocasionaría un shock imposible de superar. De ocurrir lo peor, no se lo perdonaría, se culparía toda su vida. Pero ahora era el mejor neurocirujano del país y no podía ni quería dejar esa intervención en manos ajenas y menos expertas. En todo caso permitiría que le acompañaran otros especialistas,  pero en el quirófano él sería el jefe.

Hoy, un año después, todavía resuena en su cerebro aquella terrible frase: “hora de la muerte: 16:43”

Pensó en dejar la práctica de la medicina pero, como cuando era niño, sigue queriendo ser un héroe. Para Amanda, siempre lo había sido. Y él le falló cuando más le necesitaba. Sus privilegiadas manos no lograron salvarle la vida. Aquélla fue la hora de la verdad.


jueves, 14 de enero de 2016

El otro niño



Hoy le he vuelto a ver. De hecho, le estaba esperando. La primera vez fue hace dos meses. Desde entonces, cada vez me lo encontraba más a menudo. Pero hasta hoy no he sabido quién era. Él sí sabía quién era yo pero no me lo dijo. Supongo que esperaba a que yo lo descubriera. Y ahora que sé quién es, nos hemos hecho amigos.

Dos meses atrás, yo estaba atravesando por una depresión, era un hombre derrotado y sin apenas esperanzas de poder salir del pozo en el que me encontraba. Había perdido mi trabajo y a mi edad se me antojaba muy difícil, sino imposible, encontrar otro que me permitiera vivir dignamente. Estaba resentido contra quienes me habían empujado a esa situación. La sed de venganza, algo desconocido hasta entonces en mí, me corroía las entrañas. La negación de la evidencia, primero, y la impotencia, después, me llevaron a un estado de parálisis que nunca hubiera imaginado que pudiera adueñarse de un cuerpo tan sano y de una mente hasta entonces tan productiva como la mía.

Consciente de que algo en mi psique no andaba bien, puse todo mi empeño en restablecerme. Y fue en ese estado de enfermedad consciente, de aceptación de que tenía un serio problema, cuando me crucé con él. Primero fue en la calle, luego se me aparecía en cualquier lugar. Al principio se limitaba a observarme y su mirada denotaba aprecio y lástima. Siempre iba solo y se mantenía a una distancia prudencial. Era un niño de unos cinco o seis años. ¿Cómo un niño tan pequeño podía estar solo? ¿Querría algo de mí? Creí que era una alucinación y así se lo dije a mi terapeuta, el cual me sometió a un tratamiento con un anti-psicótico. Pero el niño seguía apareciéndoseme, cada vez con más frecuencia.

¿Por qué no me hablaba? –me preguntaba. ¿Cómo va a hablarme si no existe más que en mi imaginación? –me contestaba. Pero en los sueños hablamos, incluso con personas fallecidas –me replicaba. Hasta que decidí tomar la iniciativa. Y hoy hemos hablado. Y por fin he sabido quién era y qué quería.

Ese niño era yo, era mi “yo” niño. Venía a salvarme de mí mismo, a consolarme, a animarme. Cuando me ha visto llorar, se ha sentado en mi regazo y acurrucado en mis brazos. Yo le he acunado y abrazado como si de un hijo se tratara. Ha sido algo balsámico, catártico. Me ha pedido perdón por haber sido como fue y haberme convertido en lo que yo era.
 

―Si hubiera sabido hacer las cosas de otro modo y no hubiera sido tan débil.... –me ha dicho.
―Tú no tuviste la culpa de ser como eras. Así te hicieron los demás –le he contestado, sin demasiada convicción.
―Pero ahora sufres por mi causa –ha añadido, apesadumbrado.
―Ahora sufro por cómo me han tratado –le he aclarado.
―Pero todo lo achacas a tu personalidad dócil, sumisa, tal como yo era de pequeño y seguí siendo a medida que me hacía mayor. Así que yo soy el culpable de que seas así.
 
 
 
El otro niño y yo hemos compartido pesares, hemos recordado nuestra vida en común, cuando yo era un niño demasiado maduro para mi edad, y cuando era un adulto con temores infantiles, vestigios de una infancia llena de inseguridades.

Hoy nos hemos confesado y absuelto. Mi yo actual se ha reconciliado con mi yo pasado. Aquel niño, con sus limitaciones, sus miedos y su soledad, creció sin poder ni saber desprenderse de ese lastre. Ese niño se convirtió en un adulto frágil ante los desmanes de una sociedad competitiva e injusta, ante el trato despótico de sus superiores, ante los engaños y traiciones de sus iguales, soportando con tenacidad los agravios con los que ha tenido que convivir hasta que la estocada final lo ha vencido.

Pero ahora, mirándome a mí mismo en ese niño que fui, el único que me comprende y al único a quien perdono, por su inocencia, me doy cuenta que la felicidad no puede estar en manos de los demás sino que habita en nuestro interior, muchas veces dormida, y que solo hay que despertarla para sentirla.

Yo soy yo y mi circunstancia, dijo el filósofo. Yo tuve el infortunio de vivir en un medio que, aunque no fuera enteramente hostil, tampoco resultó amigable para formarme como persona dueña por completo de sus actos, libre de complejos  y con una elevada autoestima. Mi inseguridad me hizo una persona dócil y reservada, cuya vida ha estado dominada por la necesidad de complacer a los demás y evitar el conflicto. Por muy brillante que alguien sea en un campo determinado, esta conducta socialmente errónea le abocará a una frustración. No se congratulará de sus éxitos y, en cambio, se sentirá un fracasado ante sus fracasos. Ese he sido yo desde niño y ese otro niño me lo ha hecho ver, desprendiéndome de todo sentimiento de culpabilidad. No le culpo a él como él no me culpa a mí de cómo soy. No es momento para las recriminaciones, en todo caso para las justificaciones. Hoy ese niño me ha hecho comprender que no hay que sufrir por culpa de los demás.

Nos hemos despedido como quien dice adiós a un ser querido al que no volverá a ver. Aun recuerdo sus últimas palabras antes de marcharse:

―No le des más vueltas. Lo pasado, pasado está. No te culpes por tus errores. Piensa que errar te hace más humano. Nadie es perfecto. Pero, sobre todo, expulsa el rencor, destierra el odio de tu mente y de tu corazón. Quiérete y perdona a quien no te ha querido bien. Solo así lograrás ser feliz.

Desde que se ha marchado, hace tan solo un momento, ya me siento mucho mejor. ¿Por qué no se me aparecería antes?
 

Busquemos, amemos y cuidemos al niño que todos llevamos dentro porque, como niño que es, no entiende de maldades, es inocente e ingenuo, y si algo hace mal, lo hace porque no sabe hacerlo mejor.
 
 
*Relato de ficción basado en hechos que podrían ser reales

viernes, 8 de enero de 2016

Premio Best Blog


Ahora que ya han pasado estas fiestas en las que, alrededor de una mesa y rodeados de familia y amigos, quién más quién menos ha cometido algunos excesos gastronómicos; ahora que, con un índice menor de alcoholemia y colesterolemia, estoy totalmente lúcido, pues ahora, digo, me acuerdo de que hace unas tres semanas este blog fue nominado para el premio que lleva por nombre Best Blog. Disculpad un momento, que ahora vuelvo.

 
 
Vaya, no hay nada como un café bien cargado para despejar la mente, la lengua y la vista. ¿Que qué café tomo? Pues cuál va a ser, Nespresso, what else? Que conste que no cobro ni un euro por hacerles publicidad, pero como habéis preguntado…

El caso es que, como iba diciendo, “Retales de una vida” fue nominado, el 19 de diciembre del año pasado (de cuál va a ser sino), para el premio Best Blog y la persona que tuvo la amabilidad de hacerlo es Chari, autora del blog “La voz de las olas”. Así que  tenía una deuda para con ella y como yo pago mis deudas, aquí va mi agradecimiento público, pues el privado ya se lo envié en su día.

Siento que haya transcurrido tanto tiempo sin haber recogido el premio ni haber pasado el testigo a otros tan o más merecedores de esta distinción. Debo confesar, además, que ha sido otra querida bloguera, Aida Ramos, quien me ha hecho recordar que tenía este tema pendiente. Y ello ha sido gracias a que, hace unos pocos días, también me ha nominado a este mismo premio pero dedicado a otro de mis blogs, “Cuaderno de bitácora”.

Hombre práctico como soy, pensé en aprovechar esta  coincidencia y publicar un mismo post para agradecer y cumplir con ambas nominaciones pero al tratarse de un premio concedido a dos blog independientes y que las preguntas que me veo en la tesitura de contestar son distintas, iré por partes: aquí y ahora dedico esta entrada al premio Best Blog concedido por Chari a “Retales de una vida” y en paralelo hago lo propio en mi “Cuaderno de bitácora” para el concedido por Aida. Así ninguno de ellos sentirá celos del otro.

Por si no estáis al corriente de las reglas que van prendidas de este premio, os las reproduzco a continuación:

1. Dejar un comentario en el blog que te nominó, seguirlo y dejar un comentario para que te sigan a ti.
2. Contar 11 cosas sobre ti.
3. Responder a las preguntas que preparó la persona que te nominó.
4. Formular 11 preguntas nuevas para que respondan las personas a quien nominas.
5. Nominar a 11 blogs con menos de 200 seguidores y dejarles un comentario en sus blogs para avisarles.
 
Os advierto que, si sois seguidor/as de Cuaderno de bitácora, veréis que los puntos 2, 4 y 5 son idénticos en su contenido. Si contar once cosas de mí (punto 2) ya va a ser difícil, de no repetirlas, deberían ser veinte en total, algo mucho más complicado. En cuanto a mis preguntas (punto 4), permitidme también ser repetitivo, por una simple cuestión práctica. En cuanto al último punto, pues lo mismo ya que no son muchos los blogs que sigo con menos de 200 seguidores.

Y sin más preliminares, pongámonos manos a la obra:

Encomienda uno:

El blog de Chari, lo descubrí hace muy poco, gracias a su amable visita al mío. Desde entonces, lo visito asiduamente y suelo dejar mis comentarios.

Encomienda dos:

Intentaré ser breve (algo difícil en mí):
1. Soy tremendamente impaciente
2. Soy un perfeccionista sin causa
3. Mis aficiones favoritas son: la lectura, el cine y la música (ordenadas de mayor a menor tiempo que dedico a cada una de ellas)
4. Me gusta el orden, aunque no llego a ser un obsesivo-compulsivo
5. No tengo dotes de improvisador. Me gusta prepararme bien las cosas con antelación. Nunca tengo la palabra adecuada en el momento justo. Siempre se me ocurre cuando ya es demasiado tarde
6. Me gustan los animales, especialmente los perros. Tengo un perro mestizo, al que adoptamos hará tres años, y al que todos queremos como lo que es: un miembro más de la familia.
7. Me gusta la naturaleza y preservar el medio ambiente de todo tipo de agresiones. Soy un ecologista a ultranza.
8. Prefiero moverme en grupos reducidos. Me siento incómodo ante mucha gente. Me desenvuelvo mucho mejor en las distancias cortas. No me gusta ser el centro de atención (¿timidez, introversión?)
9. Me gusta conducir de forma ágil pero sensata
10. Prefiero el frío al calor
11. Tengo mucho sentido del humor sin ser un gracioso. Me gusta contar chistes y que la gente se ría (del chiste, no de mí).

Encomienda tres:

1. Lugar del mundo al que me gustaría viajar: Países nórdicos, especialmente Noruega y Finlandia, con sus fiordos y auroras boreales.
2. Personaje de cuento con el que me iría a cenar: con Scheherezade, para que me sedujera contándome mil y una historias.
3. Un libro que no me importaría releer: “Te daré la tierra”, de Chufo Llorens.
4. Cómo definiría mi blog: Retales de una vida es un blog que pretende entretener y, a ser posible, hacer disfrutar al lector con relatos de ficción, así de simple.
5. Tareas que detesto hacer: odio el bricolaje. Soy un perfecto inútil en cualquier tipo de arreglos y reparaciones
6. Actividad que no puede faltar en mi día a día: aparte de las fisiológicas, la lectura.
7. ¿Suelo marcar mis libros?: solo lo hacía con los de texto y en el colegio
8. Novela en la que me gustaría meterme: en cualquiera de la serie policiaca de Henning Mankell, trabajando codo con codo con el inspector Kurt Wallander en la resolución de casos.
9. Tiempo que dedico a mi blog: No sabría decirlo. Depende de la “inspiración”. A veces estoy varios días dándole al coco y varias horas al día escribiendo. Otras veces, en cambio, pasan días (pocos) sin que escriba ni una sola línea. No creo que deba marcarme una dedicación determinada. Prefiero que sea algo espontáneo, que me lo pida el cuerpo y la mente.
10. Un súper poder que me gustaría tener: leer la mente (la de los demás, claro).
11. Una pregunta que le querría formular a Chari: ¿Cómo descubriste mi blog?

Encomienda cuatro:

Las once preguntas para mis nominado/as (que llegado a este punto todavía no sé quiénes van a ser):
1. ¿Por qué decidiste crear un blog?
2. ¿Qué tipo de blog te gusta más?
3. ¿Cuánto tiempo dedicas al día a leer blogs ajenos?
4. ¿Has recibido alguna vez un comentario negativo a alguna de tus publicaciones? En caso afirmativo, ¿te afectó?
5. ¿Cuántos libros lees al cabo de un año, aproximadamente?
6. ¿Qué género literario prefieres?
7. ¿Has asistido o asistes a algún curso o taller de escritura creativa?
8. ¿Te has planteado alguna vez escribir una novela?
9. ¿Eres de los que prefieren comprar un libro o pedirlo en préstamo a una biblioteca?
10. Cuando empiezas a escribir un texto (relato), ¿sabes ya cuál será el desenlace o prefieres ir improvisando a partir de una idea?
11. ¿Te importa mucho recibir comentarios en tu blog o es un tema que te trae al pairo? En otras palabras: ¿publicas sin importarte que te lean y comenten o lo haces con la esperanza recibir cuantas más visitas mejor?

Quinta y última encomienda:

Por el motivo aducido al principio de este post, me veo en la necesidad de reducir el número de nominados a media docena (me gustan los números pares).

Debo añadir que, no me agrada poner a nadie en un compromiso, así que si mis nominado/as no están por la labor y no les viene en gana seguir con la cadena de nominaciones (como me ha ocurrido siempre hasta ahora), no me lo voy a tomar a mal (como he hecho siempre hasta ahora). Yo nomino y que sea lo que mis nominado/as quieran. Así pues, mis seis nominado/as, que, si no voy errado, tienen menos de 200 seguidores, que son lo/as siguientes:

- Francisco Moroz (abrazo del libro)
- Fernando M (apócrifos y compulsivos)
- Paola Panzieri (el bar de Ernesto)
- Hola, de llamo Julio David (literatura bonsái)
- Mª Jesús Fernández (reinvenciones)
- Yolanda Román (timshel/tú podrás)
 
Un cariñoso saludo a todo/as ello/as, a todo/as mis lector/as y, por supuesto, a mi nominadora.



lunes, 4 de enero de 2016

Carta a SS.MM. los Reyes Magos de Oriente


Queridos Reyes Magos:

Os escribo esta carta para despedirme de vosotros.

El año pasado, cuando mis amigos me dijeron que no existíais les dije que estaban equivocados, que sí que existíais. Pero luego, cuando me di cuenta de que solo me traíais juguetes, ya no supe qué pensar. Nunca se han cumplido  los favores que os pedí: que mi abuela no se muriera, que mis padres no se separaran, que mi mamá se curara, que siempre estuviéramos juntos, que no hubieran más guerras ni hambre en el mundo, y así un montón de cosas que me hubieran hecho feliz de verdad.

Este año he estado a punto de escribir a Papá Noel, pero seguro que él tampoco puede traer la felicidad. Sé de niños a los que solo les trae juguetes que se estropean enseguida. Si todos vosotros fuerais realmente mágicos podríais hacer que fuéramos felices y viviéramos en paz. Y no es así. Veo por la tele que hay muchos niños enfermos en el mundo, que se mueren de hambre porque son muy pobres, mucha gente que se queda sin casa y no tiene dónde vivir y otra que se va de su país porque hay guerra. Seguro que ellos también os piden cosas para poder vivir bien y no se las traéis. Así que creo que no sois mágicos, que sois como mis padres que, aunque me compran muchas cosas, no cumplen lo que prometen. O como los médicos de mi mamá, que cuando les pregunto si se curará no dicen nada, solo sonríen y me dan unos golpecitos en la cabeza y se van sin contestarme. Y mi papá igual.

Así que esta es mi última carta. Ya no creo en vosotros. Los regalos que me habéis traído hasta ahora los he regalado a otros niños a los que no les traéis nada. Espero que no os moleste. Son niños buenos. No sé por qué no leéis sus cartas, porque supongo que, aunque sean muy pobres, también os escriben. Se lo he dicho a mi papá y le ha parecido bien, dice que ya soy mayor (ya tengo casi ocho años) y que a partir de ahora será él quien me compre todos los juguetes que quiera. También me ha dicho que la paz en el mundo es cosa de los hombres, que vosotros no podéis hacer nada. Entonces, si los juguetes los pueden comprar los padres y la paz solo la pueden traer los hombres, ¿para qué servís? Tanta cabalgata para nada. Con el dinero que debe costar montar todo eso.

Y encima me han dicho que no soy reyes, aunque os llamen así, solo magos. Pues entonces todavía lo entiendo menos. ¿No será que ya sois muy viejos para hacer magia? Creo que sois como esos políticos de los que habla mi padre, que prometen muchas cosas para caer simpáticos y luego no cumplen nada. Y encima no se quieren retirar. Es una pena. ¡Con lo bonito que sería que fuerais realmente magos! Pero como no lo sois, ya no os necesito.

Adiós, falsos reyes magos.

Firmado:
No os digo mi nombre para que no podáis dejarme carbón, que de eso sí que sabéis. Os lo podéis quedar, y que os aproveche. Y como no sois magos de verdad no podréis adivinar quién soy.

sábado, 2 de enero de 2016

Adiós 2015, bienvenido 2016



Yo soy, lo reconozco, un impaciente irredento por mucho que se diga que la paciencia es la madre de todas las ciencias. Pero creo que a todos nos ocurre lo mismo: cuanto más queremos que corra el tiempo, más lento discurre. Y al contrario: cuanto más lento deseamos que vaya, más veloz pasa. Ya sé que esa variabilidad temporal es una percepción totalmente subjetiva. No hay nada científico, ni siquiera paranormal, en ello. Lo que sí está comprobado es que quien espera desespera. Y yo he estado esperando más de tres meses a que acabe el año, o mejor dicho, a que empiece el nuevo.

A mí me gustan los refranes, no sé si lo habéis notado. Uno de mis preferidos es el que decimos siempre cuando se acaba el año: año nuevo, vida nueva. Y más en esta ocasión. El año próximo veré cumplida esta máxima al cien por cien.

Todo está atado y bien atado. Ya sé que esto no es un refrán sino una frase que acuñó el dictador en un momento de máxima prepotencia. Pero, en mi caso, es así. Solo una catástrofe podría dar al traste con los planes que ya han sido fijados y bendecidos por los únicos que pueden alterarlos. La suerte está echada. Alea jacta est.

¿A qué viene todo esto?, os preguntaréis. Pues viene a cuento de que el día cuatro de enero de dos mil dieciséis, este año que estamos a punto de estrenar, a las ocho en punto –aunque sé que llegaré antes, como siempre me ocurre cuando estoy nervioso-, tendrá lugar el acto de mi presentación como nuevo miembro del Comité de Dirección de la filial española de Worldwide Plastic Car Devices Manufacturing and Supply Corporation.

¿Y tan importante es eso?, os volveréis a preguntar. Y yo os digo: no es importante, es importantísimo. Y entonces me preguntaréis el motivo. Pero dejémonos de preguntas y respuestas, o como se dice en inglés, de Questions and Answers, y vayamos al grano.

La WOPLACADEMASUCO, que es el acrónimo de la empresa, está en la primera posición en el ranking mundial de fabricantes y suministradoras de elementos de plástico para coches, por si no habíais entendido de qué iba el asunto, por eso del inglés flojillo, que en este país da pena el nivel que algunos tienen, empezando por el presidente del Gobierno.

Pues bien, el caso es que tras un larguísimo proceso de selección, primero a través de un Head Hunter, una oficina de caza-talentos, por si tampoco lo habíais pillado, y luego mediante entrevistas con todos los cargos directivos de la empresa –mis futuros colegas-, fui el elegido para ocupar la dirección de un departamento de nueva creación. Yo, de entre más de trescientos candidatos, según me informaron. No entro en detalles porque, con toda probabilidad, no lo entenderíais. Durante los seis meses que duró el proceso, nunca perdí la esperanza de ser el ganador. La esperanza es lo último que se pierde. Pero que sepáis que tengo sobrados méritos para ello. Mis años de formación y de esfuerzo me ha costado. No es fácil alcanzar el nivel del que puedo presumir y presumo.

Tengo dos carreras universitarias –Económicas y Derecho-, dos Masters –uno en Dirección de Empresas y el otro en Comercio Internacional para el Desarrollo Industrial-, para los que tuve que invertir cuatro años y otros tantos millones de las antiguas pesetas. En cuanto al inglés, tengo el Certificate of Proficiency.in English por la Universidad de Cambridge. Así pues, me lo he currado de sobras, creo yo.

Y del sueldo, ya ni os cuento. Pero como es de mal gusto hablar de dinero –propio de advenedizos-, solo os diré que ganaré al año más que el Presidente de la Generalitat, que no es moco de pavo, y eso sin contar con los fringe benefits o complementos salariales, por si no estáis familiarizados con esta terminología.

Pero lo más importante de este cargo que ocuparé, Dios mediante, dentro de cinco días, de ciento veinte horas y no sé cuántos minutos, es que, por fin, veré mi mayor ilusión cumplida: dirigir un departamento, ser el jefe, mandar. Eso es lo que siempre me ha gustado. Ya lo dice el refrán: el mandar no tiene par.

Vaya, perdonad, me llaman al móvil. Alguien, sin duda, que quiere felicitarme las fiestas y, de paso, mi buena suerte. Las noticias vuelan.

―¿Diga? Sí, soy yo. Ah sí, claro que me acuerdo de usted. Sí, sí, dígame.
―(…….)
―¿Qué? ¿Cómo dice? ¿Mañana? Pero… Sí, sí, estaré allí, por supuesto, a las nueve en punto.

Era “Blancanieves”, la secretaria del Consejero Delegado, el mandamás. Una belleza que me dejó sin palabras cuando apareció en recepción para acompañarme hasta el despacho de su jefe. Me miró con aquellos ojos azul cielo y aquella sonrisa que me hicieron estremecer. Desde aquel instante decidí apodarla como la princesa del cuento de los hermanos Grimm. Con su voz dulce y melodiosa me ha dicho que mañana esté sin falta en la empresa, que su jefe quiere hablar conmigo. ¿Qué querrá? ¿Tan importante será lo que tiene que decirme que me cita el día de fin de año?
 
 
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Ya lo decía mi abuela: piensa mal y acertarás. Pero como yo solo soy impaciente, no malpensado... El caso es que tenía razón cuando dije que solo una catástrofe podía dar al traste con mis ilusiones y ha tenido que ser hoy, el último día del año.

Nunca he entendido esa absurda fragilidad de la bolsa. Esos vaivenes al son de cualquier amenaza por ilusoria y fantasiosa que sea. No me lo puedo creer. Todavía resuenan en mi cabeza las palabras del Consejero Delegado:

―Se espera una crisis económica sin precedentes. La bolsa de Nueva York se está desplomando y arece que esta situación irá para largo. Y todo por culpa de la nueva devaluación del yuan -otra vez los condenados chinos-, la caída drástica del precio del petróleo -a ver si se agotan de una puñetera vez los malditos yacimientos y pasamos a los motores eléctricos, que el planeta se va al carajo- y, encima, el nuevo candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Libertario, ese cuya popularidad va subiendo como la espuma, pues resulta que es de origen musulmán.

―¿Y todo eso qué tiene que ver conmigo? -le he preguntado, más perdido que turco en la neblina (ya os contaré en otra ocasión el significado de este refrán, que ahora no estoy de humor para instruiros).
―Pues es evidente, mi querido amigo –me ha contestado con un tono demasiado condescendiente para mi gusto y sensibilidad-. La WOPLACADEMASUCO, nuestra gran Corporación, ha decidido paralizar todo tipo de inversiones en todo el mundo, incluyendo la contratación de nuevo personal, del tipo y rango que sea. Estamos ante un nuevo periodo de austeridad y hay que apretarse el cinturón, amigo mío. Así que, sintiéndolo mucho, tendremos que prescindir de usted. No es nada personal, entiéndalo –aquí parecía sincero-. Son órdenes de muy arriba. Lo siento. Otra vez será. Cuando la tormenta amaine, que algún día amainará, ya le llamaremos. Y gracias por todo.

He salido del despacho de aquel hombre como un zombi. No sabía ni por dónde pisaba. Estaba alelado. Hasta que la aterciopelada voz de “Blancanieves” me ha devuelto a la realidad. Si no hubiera sido por su tono de voz y su mirada, no me hubiera repuesto del shock emocional en el que me hallaba. Mi princesa debía estar al corriente de la noticia que me acababa de dar su jefe, pues sus ojos me transmitían verdadera pena, amor diría yo.

Su imagen virginal, de pie ante mí, diciéndome a
diós con su mano de muñeca de porcelana, y su sonrisa angelical, han sido lo último que han visto mis ojos unos segundos antes de que las puertas del ascensor se cerraran. Y me ha parecido leer en sus labios tres palabras: “lo siento mucho”. Y he sentido que lo sentía. Alguien en este mundo siente algo por mí. Y es ella.

En la calle lloviznaba pero no notaba las gotas que resbalaban por mi cara ni el frío de diciembre. En mi corazón anidaba la calidez de la primavera. A pesar de la terrible noticia que acababan de darme, me sentía bien, muy bien. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Me he sentado en un banco que hay justo enfrente del edificio de la monstruosa corporación que hace no sé ya cuantas cosas de plástico en todo el maldito planeta que se está yendo al carajo. Solo pensaba en ella y en un futuro junto a mi princesa.

Todavía era temprano. Faltaban más de tres horas para que saliera a almorzar y pudiera abordarla. Qué mejor que invitarla a comer y así, entre plato y plato, contarle mi vida, y que ella me cuente la suya. ¿Tendrá algún plan para esta noche? Si no, le propondré una cita romántica en un buen restaurante y luego podemos ir a bailar, o a tomar unas copas, o dar un paseo. No, un paseo no, que hace mucho frío y la pobrecita podría acatarrarse. Y se enamorará de mí, si es que ya no lo está. A fin de cuentas, antes de que tuviera que acompañarme al despacho de su jefe, me habrá visto un montón de veces por las oficinas. Seguro que ya se ha fijó en mí el primer día en que aparecí por la décima planta, la de los ejecutivos. Soy un tipo muy bien parecido y elegante. Siempre he atraído a las mujeres y he salido con muchas, pero todavía no había conocido a una como ella. Siento que estamos hechos el uno para el otro, que somos almas gemelas.
 
 
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El traje que llevaba esta mañana es uno de los mejores que tengo pero demasiado serio para la ocasión. Cuando me vea frente a la entrada principal, con un ramito de flores –tampoco hay que pasarse-, seguro que el corazón le da un brinco. ¡Vaya sorpresa se va a llevar! “¿Te apetece que almorcemos juntos?”, le preguntaré con la mejor de mis sonrisas. “Toma, esto es para ti, como muestra de agradecimiento, por tu amabilidad y comprensión, algo que escasea hoy en día”. No va a poder resistirse.

Yo que, hasta hacía unas horas, contaba los días para el gran cambio en mi vida profesional y, en un instante, todo se ha trastocado. Pero no hay mal que por bien no venga. Algo magnífico ha sido sustituido por algo maravilloso. Una cosa ha llevado a la otra. He salido ganando con el cambio. Ya decía yo que este año dos mil dieciséis sería un gran año, el mejor y más feliz de mi vida. Me declararé a mi “Blancanieves” -en unas horas ya sabré su verdadero nombre, que seguro será precioso, como ella- y me dirá que sí. Debo reconocer que soy un hombre con suerte. Ya lo dijo no sé quién: Buen amor y buena muerte, no hay mejor suerte. ¿Qué más puedo esperar del año nuevo?

Vamos allá, que se hace tarde y quien llega tarde, ni oye misa ni come carne.

Solo espero que no se llame Amanda, por aquello de que “en casa de Amanda, ella es la que manda”. Y a mí me gusta mandar. Pero ya se sabe: no hay amor sin sacrificio.

Supongo que ya habréis notado pero me gustan los refranes. Y me reafirmo en que mi favorito, el mejor, el number one, es: “Año nuevo, vida nueva”. Todo un clásico que, en esta ocasión, no me va a fallar. Viva la vida, viva el amor. Adiós 2015, bienvenido 2016.