lunes, 15 de junio de 2015

Julián (y III)


Julián desapareció, una noche del mes de junio de 1949, sin dejar más rastro que una nota escrita a su tía y otra a su novia. En la misiva dirigida a quien había sido su segunda madre, le agradecía todo lo que había hecho por él a la vez que le pedía perdón por hacerla sufrir al marcharse de este modo, sin siquiera despedirse con un beso; no podía decirle dónde se dirigía para no comprometerla. La carta a Remedios era mucho más larga. En ella le revelaba, si es que no lo sabía, qué tipo de persona era su padre y cómo se había enterado de que había sido su progenitor, en busca de méritos, el responsable de la encarcelación de aquellos hombres inocentes y de la muerte de su querido tío.

Lo que nunca sabría Julián sería la identidad de quien realmente les delató porque nunca se percató de que era su amada quien, en más de una ocasión, había seguido de cerca sus pasos nocturnos. De haberlo sabido, comprendería porqué a él nunca le fueron a buscar.

La participación de Julián en la guerrilla de los maquis fue tan efímera como la de su padre en la guerra civil. Algunos de sus compañeros contarían, muchos años después, que Julián cayó abatido en un enfrentamiento con la Guardia Civil en una finca de Adamuz, en Córdoba, en septiembre de 1949, dos meses después de cumplir los dieciocho años. Según estas mismas fuentes, murió junto a Claudio Romera Bernal, considerado el último maquis de Sierra Morena, cuyo cadáver fue públicamente expuesto para escarmiento de la población y posteriormente arrojado a una fosa común del cementerio de esa localidad. Del cuerpo de Julián, a quien los guerrilleros llamaban el “galleguito andaluz”, nadie supo dar cuenta pero todos supusieron que corrió la misma suerte.

Desde que leyera aquella carta de despedida, su tía Consuelo recibió cada año, por Navidad, una postal deseándole felices fiestas. No iba firmada pero ella conocía bien la letra de su anónimo autor. Cada vez que leía una de esas felicitaciones, a Consuelo se le aguaban los marchitados ojos. Siempre guardó celosamente aquellas misivas que tanto significaban para ella y siempre, tras cerrar el cajón de la cómoda con llave, de su boca se escapaba un profundo suspiro de resignación y de alivio. Cada año, hasta que la muerte la venció.

A sus casi noventa años, su primo Antonio, todavía recuerda a Julián con cariño. “De seguir vivo, contaría con ochenta y tres años” –les cuenta a sus nietos.

En un pueblo de Galicia, junto al mar, fue a vivir, no hace mucho, un viejo solitario que, lejos de su familia que quedó en Francia, se pasaba los días llenando de palabras y recuerdos un ajado diario que dejaría como legado para que un día, quien se hiciera cargo de sus escasas pertenencias, supiera lo que  es abandonar la tierra natal en busca de prosperidad y, en lugar de ello, hallar traición, persecución y el exilio.

El epitafio que encabeza la lápida de su humilde tumba, y que él mismo redactó para cuando le llegara la hora, dice así:

Aquí yace un hombre al que dieron por muerto en vida y cuya vida transcurrió como si estuviera muerto
Julián Baños Nogueira
2 de Julio de 1931 – 15 de mayo de 2015
  R.I.P.
 
 
FIN
 

 

8 comentarios:

  1. Pues una triste vida la que llevó Julian como tantos otros en esa época y en esas circunstancias, lo mismo de un bando que de otro. Ojala siempre vivamos en paz.
    Muy buenos tus relatos, aunque siempre te diga lo mismo.
    Un abrazo Josep.

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    1. Efectivamente, en ambos bandos hubieron calamidades e injusticias. Como bien dices, ojalá vivamos en paz muchos siglos.
      Es un placer, Elda, tenerte como asidua y amable lectora.
      Un abrazo.

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  2. Qué historia tan dura… No hay pero cosa, al menos eso creo, que estar muerto en vida. Ver pasar los días sin familia, sin recuerdos… sin saber con qué llenarlos. Como dijo Lincoln: No importa los años de vida, sino la vida de los años.

    Buena historia, bien contada y que invita a reflexionar. Ojalá no perdamos la memoria de lo que ocurrió.

    Besos y abrazos

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    1. Hay quien le ha tocado vivir una vida de penuria y resignación. Si pensáramos más en lo que trajo a nuestros padres y abuelos esta guerra que partió en dos al país y a muchas familias, seríamos mucho más tolerantes con los que no piensan como nosotros.
      Muchas gracias, Mari Carmen, por tu amable comentario.
      Un abrazo.

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  3. Detrás de todas esas injusticias y barbaridades siempre se encuentran los intereses personales. A mí lo que me da pavor es que aún hoy en día subsista la fe ciega de muchos en la sinrazón que fomentan unos pocos, que no hayan aprendido que en este mundo cabemos todos. Un final para reflexionar, sin duda.
    Un abrazo!!!!

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    1. Parece que el hombre está condenado a repetir sus errores, que no sea capaz de aprender de ellos. Generación tras generación se cometen abusos e injusticias. Ojalá supiéramos convivir en paz, una paz basada en el respeto mutuo.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un abrazo.

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  4. Un final triste, Josep, pero también realista.

    Las denuncias entres paisanos por interés, del tipo que sean, se dan incluso hoy que se supone que vivimos en paz y democracia. El ser humano alberga siempre una dosis insospechada de maldad en su corazón.

    Siento que tu protagonista, tras salvarse en una situación tan difícil, no encontrara después la prosperidad, la paz y el amor. A veces pasa que una vida entera no basta para enderezar la felicidad torcida...

    Muy buen relato, y muy bien documentado. Me ha gustado mucho!! :)

    Un abrazo de viernes.

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    1. Es una historia triste, sin duda, la de Julián, pero no exenta de algún momento de felicidad. Me gustaría creer que en su vida en el exilio francés encontrara una esposa amante y amada y unos hijos. La nostalgia pudo más que el amor a sus vástagos y, una vez viudo, quiso volver a la tierra que lo vio nacer.
      Muchas gracias, Julia, por tus comentarios y me alegro que te haya gustado mi relato.
      Un abrazo.

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