domingo, 14 de diciembre de 2014

El tiovivo


Su giro me resultaba hipnótico. Desde que lo instalaron en esa explanada del parque, frente a nuestro edificio, no podía abstraerme de observarlo, desde la ventana de mi habitación, girar y girar. Los ventanales, de doble cristal, amortiguaban el sonido de tal modo que apenas lograba oír esa musiquilla pegadiza con la que amenizaba sus continuos giros, llevando sobre sí a tantas criaturas casi enloquecidas por montarse a lomos de uno de esos caballitos saltarines, en una de esas preciosas carrozas o en uno de esos autos descapotables.

Al atardecer, su embrujo era todavía mayor pues todas esas luces me transmitían la alegría que había perdido tantos años atrás cuando, siendo niño, uno de esos ingenios tan divertidos segó la vida de mi hermana, al caerse de una de las sillas voladoras por culpa de una cadena en mal estado. Desde ese fatídico día, mis padres no volvieron a llevarme a ningún parque de atracciones e incluso me prohibieron acercarme a cualquier atracción de feria.

Pero ese tiovivo tenía algo especial, me atraía de un modo que no sabía explicar. A mis treinta años, volvía a sentirme el crío que había dejado de ser tras la muerte de mi querida hermana melliza. Aun me parece verla, haciendo vueltas vertiginosas alrededor del eje imaginario sobre el que giraba su silla colgante colgada a su vez de un grueso gancho de hierro. Todavía me parece oír su risa alocada y luego su grito sofocado por la ruidosa muchedumbre. Y luego la confusión, el silencio, ese silencio que me ha acompañado el resto de mi vida y que solo hace unos días ha sido roto por la música apagada y lejana de ese tiovivo que me tiene atrapado por los recuerdos y por una atracción irracional. Mirándolo fijamente, siento el aire en mi cara, el aire desplazado por el giro del artilugio y por el subir y bajar del caballo blanco en el que solía montarme y que me provocaba un cosquilleo en el estómago con cada giro.

No se lo conté a nadie, ni siquiera a Carlota, mi mujer. ¿Qué hubieran pensado de mí? ¿Qué habrían dicho si les hubiera contado que, desde hacía tres noches, cuando lo miraba a través de la ventana, antes de acostarme, el tiovivo se ponía en marcha para mí? Mis obsesiones y pesadillas recurrentes ya habían sido el motivo de nuestro distanciamiento y, finalmente, de nuestra separación. Se cansó de aconsejarme que viera a un especialista, se cansó de soportar mi angustia y mis temores. Nunca creyó, como le aseguraba, que pudiera comunicarme con mi hermana de alguna forma. Hasta entonces, solo lo había conseguido con la guija con resultados, debo admitirlo, más que dudosos, pero seguía empeñado en que algún día lo conseguiría sin lugar a dudas. Nunca llegué a comprender su escepticismo ni su falta de sensibilidad. Nunca entendió el apego que sentía por mi hermana melliza. ¿Cómo le iba a decir, a ella o cualquiera de mis amigos, que estaba convencido de que ese tiovivo era el medio por el que mi hermana quería comunicarse conmigo?

Aun recuerdo sus palabras antes de morir en brazos de mi madre: “un día volveré y nos montaremos en tu caballo blanco”. Nadie más entendió aquellas palabras que salieron, casi inaudibles, de sus labios temblorosos. Nadie supo que aquellas palabras incomprensibles iban dirigidas a mí. Pero su mirada era la mirada ilusionada de una niña que siente que va a ver satisfecha su última ilusión. Solo yo entendí el significado de aquellas palabras. Tan solo unos días atrás le había dicho que me gustaría que montáramos los dos juntos aquel brioso corcel, mi caballo blanco preferido, ella como la princesa salvada de las garras de sus secuestradores y yo como el héroe de tal proeza. No dio tiempo a ver satisfecha esa ilusión infantil y ella, en el regazo de nuestra madre, me dio a entender que volvería para complacerme.

Y allí estaba ese tiovivo que reclamaba mi presencia. Allí debía estar el espíritu de mi hermana para ofrecerme ese regalo tan especial: poder estar de nuevo juntos, aunque solo fuera por unos minutos, cabalgando a dos metros del suelo, apoyándose fuertemente en mi espalda o sentada entre mis brazos, y darme un beso de despedida, el último beso que no pudo darme en vida. Tantos años esperando su regreso y por fin ahí la tenía. No podía fallarle.

A nadie pensaba contar que cuando, por cuarta noche consecutiva, el tiovivo se puso en marcha, bajé para reencontrarme con mi añorada hermana. Pero no pude resistirme al interrogatorio al que me sometió Carlota, siempre tan persuasiva, cuando vino a verme al día siguiente, al preocuparse por mi evidente estado de excitación. Así que le conté, grosso modo, lo que sucedía con ese tiovivo.

Lo que a nadie diré, mientras viva, es lo que allí ocurrió aquella noche, y las que siguieron, y que nunca olvidaré. Tampoco pienso escribirlo, aunque llegué a sopesar esta posibilidad, pues aquí no hay lugar donde pueda esconder mi secreto. Me han dado papel y bolígrafo para que anote todo lo que me viene a la mente y luego lo leen para ver “mis adelantos”, como dice ese médico del tres al cuarto. ¿Por qué fui tan bocazas? Desde que le hice a Carlota esa gran confidencia, lo único que he ganado es este retiro forzoso y una solicitud de divorcio. Maldita traidora. ¿Y ahora cómo voy a poder visitar a mi hermana? ¿Me estará esperando en el tiovivo?
 
 

4 comentarios:

  1. Eres un buen narrador; como otras veces, mantienes la intriga y resulta amena la lectura. En cuanto al tema, no es de mis preferidos, pero ya te digo que se lee bien y me gusta el final sugerido y abierto a la fantasía.
    Un abrazo.

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    1. Muy amable, Fanny, por leerme y dejar tu comentario. Es agradable saberse leído aunque unas veces se acierte más o menos con el gusto del lector.
      Un abrazo.

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  2. Cuando comencé a leer el relato, llegué a pensar que eras el protagonista de la historia que evidentemente duró las primeras lineas.
    A mi me ha gustado mucho, con un final genial que para nada me esperaba... y es que no hay que fiarse si de la propia sombra cuando de confidencias se trata ¿no crees?.
    Josep, te deseo unos días llenos de felicidad para estas fiestas y todos los días del año.
    FELIZ NAVIDAD

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    1. Muchísimas gracias Elda por tu comentario. Efectivamente, las fantasías es mejor resguardarlas de oídos traicioneros.
      Yo también te deseo unas felices fiestas y que podamos seguir escribiendo y leyéndonos como hasta ahora. FELIZ NAVIDAD.

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