lunes, 30 de septiembre de 2013

Sólo una copa más



Una copa, necesito una copa. Una más. La última. Quiero volver a ver la vida a través de ese líquido ambarino que tanto me consuela. Sin él, las noches se hacen largas y el día se torna gris. Con él me bebo las penas y olvido los infortunios.

Quiero tener la mente clara para poder tomar esas decisiones que tan duras se me antojan pero, a la vez, temo enfrentarme a la realidad. Como siempre me ha ocurrido.

Ana tiene razón. Soy un pusilánime incapaz de sobreponerme a los golpes de una vida que me ha resultado esquiva.  Me lamento y no hago otra cosa que lamerme las heridas pero ¿cómo voy a levantarme si he caído tan bajo?

He acabado solo. Sin Ana, sin mis hijos, sin amigos, ¿para qué voy a esforzarme en vivir cuando soy incapaz de recuperar la estima de aquellas personas que lo han sido todo para mí?

He contado los dos últimos años de mi vida a perfectos desconocidos de los que sólo he conseguido miradas huidizas y de conmiseración. Nadie me ayuda y me siento impotente. Reconozco que Ana hizo lo que pudo pero quizá no fue suficiente. Pero no puedo recriminarle nada. No me dejaba ayudar. Si hubiera seguido a mi lado, la hubiera arrastrado al abismo en el que me he alojado.

Algo debo hacer antes de caer irremediablemente en un pozo sin salida, antes de que mis hijos acaben despreciándome más de lo que me desprecian. ¡¿Qué ejemplo he sido para ellos?! ¿Dónde está ese padre al que adoraban y admiraban? ¿En qué me he convertido?

Una copa más y prometo sacarme de encima esta podredumbre que ensucia mi alma y anula mi voluntad. Sólo una copa más antes de renacer de mis cenizas y convertirme en un hombre nuevo. Aunque sé que ya no le importo a nadie, quiero recuperar el tiempo perdido y a las personas que más he amado. Quizá sea demasiado tarde. Si por lo menos tuviera un indicio de que todavía le importo a alguien… Pero creo que he malgastado todas las oportunidades.

Una copa más para aliviar esta ansiedad y procuraré que todo sea como antes.

¿Cuántas copas me habré bebido? Ya he perdido la cuenta. ¡Qué más da! Bien pensado, me importa un carajo lo que hagan y piensen los demás. Mi vida es mía y de nadie más y hago con ella lo que se me antoja.

¡Qué sabrá Ana por lo que he pasado! Nunca me ha comprendido por mucho que he intentado hacerle ver la realidad. Nunca me escuchó. Y mis hijos… Ellos sólo veían lo que ella les hacía ver. Tampoco intentaron comprender a su padre. Ingratos. Después de todo lo que he hecho por ellos.

Simplemente no he tenido suerte, me ha tocado vivir una vida que no ha sido justa conmigo. Sólo ante el peligro, esa ha sido mi situación. Y ya estoy harto de vivir así, harto de vivir, así de sencillo. Para vivir de este modo, no vale la pena mantenerse con vida. Acabar con todo, eso es lo que voy a hacer de una vez por todas. Tiro la toalla.

Una copa más, la última y todo se irá al carajo. Entonces todo serán lamentos. O no. Quizá les haré un favor desapareciendo definitivamente de sus vidas.

El alcohol que corre por mis venas y esa caja de ansiolítico, me abrirán las puertas hacia el descanso. Hacia la nada. Porque eso es lo que nos espera, la nada. Nada para el que nada ha sido. Deprimente pero cierto.

Una dulce forma de partir y sin apenas dejar rastro.

Y precisamente ahora tiene que sonar el teléfono, cuando hace siglos que nadie me llama.

Dejaré que suene.

Salta el contestador.

"Ahora no estoy en casa. Deja un mensaje y te llamaré tan pronto como pueda"

No me reconozco la voz. Recuerdo que cuando lo grabé me acababa de mudar pero todavía no había tocado fondo, como ahora. Si casi es una voz juvenil. ¿Quién será quien llama a estas horas? Será alguien que se confunde, seguro.

-Juan, ¿estás ahí? Si estás en casa, coge el teléfono, por favor. Es importante. Tenemos que hablar.

¿Ana? Es Ana. ¡Ana!

-Juan, nos tienes muy preocupados. Aunque no lo creas, tus hijos aun te necesitan. Y yo también. Juan, Juan…

 

-Juan, eh Juan, ¿me oyes? ¿Se puede saber en qué estás pensando? No te distraigas ahora, por favor, que el cliente está a punto de aparecer y tienes que tener la mente clara. Te he dado una nueva oportunidad y no quiero que me falles. ¿Lo has entendido? Si esto sale mal, se acabó. ¿Está claro?

-¿Cómo? Ah sí, claro, claro.

-Toma, bebe otro trago y relájate.

-No, no, no quiero beber más, gracias.

-Caramba, no te reconozco; nunca antes habías rechazado una copa y menos de tu whisky preferido.

-Ya, pero es que acabo de recordar algo.

-¿Ah sí? ¿Qué?

-Que cuando salga de aquí tengo que ir a ver a Ana y a los chicos.

-Caramba. ¿Eso significa que os habéis reconciliado? ¿No decías que no quería saber nada de ti?

-Sí, pero eso fue antes de que me llamara.

jueves, 19 de septiembre de 2013

El corredor



Ya ha llegado ese momento tan esperado como temido. Después de 10 largos años, hoy, por fin, he tomado mi última cena, solo en esta celda que ha sido mi hogar desde ese maldito día en que me sentenciaron a la pena capital.

La pena capital. Desde luego suena mejor que pena de muerte, pero el final es irremediablemente el mismo. Unos dicen que no duele, que la inyección letal, o debería decir las inyecciones, no causan dolor alguno pero Lauson me contó que a un tío no se las aplicaron correctamente y se retorcía del dolor ante la mirada estupefacta del médico y alguna que otra sonrisa maliciosa por parte de esa audiencia que tiene que dar fe de que la sentencia se ha cumplido, que no sé por qué hará falta tanta gente para eso. ¡Y pensar que mi mujer estará allí, tras ese cristal, viendo cómo acaban conmigo!

Lo que más me duele es no haber sido capaz de demostrar mi inocencia aunque con ese abogado de oficio, ese picapleitos del tres al cuarto, cómo voy a poder demostrar algo. Por lo menos se dignó a cursar esa petición de clemencia al gobernador aunque Lauson, siempre con sus malos augurios, me ha dicho que ese gobernador no ha suspendido ni una sola ejecución en lo que lleva de mandato pero mi abogado dice, y en eso lleva razón, que no hay que perder jamás la esperanza.

Hoy, a las seis, me han servido mi última cena. Me preguntaron que qué me apetecía. ¡¿Cómo me iba a apetecer algo de comer cuando sólo me quedaba unas horas de vida?! Nunca he entendido ese absurdo privilegio. Es casi una broma de mal gusto. Disfruta, disfruta comiendo, que antes de que hayas completado la digestión estarás dentro de una bolsa de plástico. Por cierto, ¿qué he comido? Ya ni me acuerdo.

A las 8:00 p.m. será la ejecución. Dentro de media hora todo habrá terminado. La cuenta atrás ya ha empezado. Si por lo menos el gobernador tuviera un mínimo sentido de la justicia. Pero siendo de color las posibilidades son remotas, al menos eso es lo que dice Lauson, pero bien pensado qué sabrá él. Lauson. es el típico aguafiestas, todo lo ve tan negro como su arrugada piel. Le encanta dar malas noticias. Es un amargado y parece que le encanta amargar a los demás.

Ya vienen a por mí. Tampoco he entendido nunca esa costumbre de llevar a los reos hacia la sala de ejecución encadenados de pies y manos. ¿Acaso creen que podría escapar de esta cárcel de alta seguridad estando rodeado de esos cuatro tíos que son como armarios empotrados? Teatralidad hasta el último momento. Teatralidad casi esperpéntica.

Ahí está el teléfono y ese hombre pegado a él debe ser quien, en caso de que el gobernador llame para detener este sinsentido, dará la orden que me salvará de la ejecución.

Hacía muchos años que no rezaba y esta última semana no he hecho otra cosa, día y noche. Quiero creer que realmente hay otra vida y que allí, sea adonde sea que vaya, sí hay justicia. Y es que todo esto se me antoja irreal. Todo esto parece una pesadilla de la que no consigo despertar.

Ya estoy atado, me están poniendo las vías y el maldito teléfono sin sonar. Veo de refilón que el reloj de la pared marca las 7:55. Todavía quedan cinco minutos de esperanza pero, si ha tenido todo el día para llamar, ¿cómo va a esperar a los últimos cinco minutos para hacerlo? La esperanza es lo último que se pierde pero ya no me queda ni un ápice.

¡Qué lentamente pasa el tiempo! Sólo ha transcurrido un minuto. No sé qué me está diciendo el padre MacGregor. Debe ser la ansiedad pero no entiendo lo que dice aunque a mí lo único que me interesa es que al gobernador le asalte un atisbo de lucidez, comprenda que las pruebas eran tan sólo circunstanciales y acabe albergando una duda razonable. Quizá sea mucho pedir a alguien tan a favor de la pena de muerte.

¡Ya sólo falta un minuto! Esto es el fin. Sesenta segundos y todo habrá acabado. Allá el gobernador y su conciencia. Yo me voy con la mía tranquila. Soy inocente y se va a perpetrar una terrible injusticia pero estoy en manos de los hombres y de una justicia imperfecta.

Diez, nueve, ocho… Dios mío, que suene el teléfono, que suene por favor, que suene aunque sea en el último segundo.

¿Qué? ¿Qué? ¡Está sonando, está sonando, por fin, por fin, estoy salvado! ¿Pero es que nadie lo coge? ¿Están sordos o qué? ¿Por qué está todo tan oscuro?


Vaya por Dios, pero si ya son las ocho. ¡Qué susto! Tendré que cambiar de despertador, éste hace un ruido impertinente. Lauson, ¡vaya una marca!



*Imagen: Shujaa Graham, que pasó cinco años (1976-1981) en el corredor de la muerte de San Quintín hasta que fue absuelto.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El señor Ruiz



¿Dónde estoy? ¿Cuánto tiempo llevo así? Estoy en una cama y no puedo moverme. Todo está oscuro. Claro que está oscuro, si no puedo abrir los ojos. Hago esfuerzos pero todo lo que consigo es que me tiemblen los párpados. Así nadie se percatará de que he vuelto. Pero ¿vuelto, de dónde? Debo estar en un hospital, seguramente en la UCI. Oigo el ronroneo de máquinas y algún que otro pitido. Son las máquinas que me mantienen conectado con la vida, ese cordón umbilical que mantiene unido al enfermo terminal a este mundo. Pero ¿acaso me estoy muriendo? Me siento bastante bien si no fuera porque no puedo dar señales de vida.

¿Quién soy y cómo he llegado hasta aquí? No puedo recordar nada. Si por lo menos pudiera comunicarme, hablar con alguien, me dirían quién soy y qué me ha ocurrido.

Hay gente a mi alrededor, les oigo andar y susurrar. Deben ser médicos y enfermeras. Si al menos pudiera mover un dedo. Tranquilo, todo es cuestión de tiempo. ¿Y si sólo es una pesadilla y despertaré en cualquier momento? Pero es tan real…

A ver, piensa, haz un esfuerzo. Algo tienes que recordar. Tranquilízate. Cuanto más te estreses peor. Piensa, piensa.

Debo haberme quedado dormido o inconsciente porque no sé si los que están en coma, porque es eso lo que me ocurre, digo yo, duermen. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde ese primer momento de lucidez? ¿Un día, dos? Quién sabe. Quizá han pasado meses y  a mí me han parecido segundos.

Si estoy en coma es que he sufrido un accidente y eso debería darme alguna pista. Pero puede ser que haya sufrido, yo qué sé, una hemorragia cerebral, por ejemplo. Algo traumático, desde luego. Pero eso tampoco arroja ninguna luz. Luz, eso es lo que necesito. Sigo en la oscuridad más profunda. Pero al menos me da la impresión de que mi oído está más despierto pues oigo claramente esas voces que me rodean y que espero que algún día se dirijan a mí.

He vuelto a perder el conocimiento pero me da la sensación de que cada vez que lo recobro estoy más lúcido. Esto pinta bien. A este paso, de un momento a otro podré abrir los ojos y quizá incluso balbucear algo coherente.

He tenido un sueño extraño, una pesadilla. Veía unas caras que se burlaban de mí. Un hombre y una mujer. Y esas caras me resultaban conocidas, sobre todo ella. Esa cara, ¿dónde la habré visto?

Espera, espera. ¡Claro, eso es! Estoy casado. Bueno, casado o que tengo pareja. Sí, sí, era mi mujer, o mi pareja, o mi novia. ¿Y él? El caso es que su cara también me resulta familiar. ¿Por qué se burlarían de mí? Yo estaba en el suelo, tendido boca arriba, y no me podía mover. Quería levantarme pero algo me lo impedía. Sentía un tremendo dolor en la cabeza. Extendía mis brazos para que me ayudaran a levantarme pero me dejaban allí tirado. Esto debería ser una pista, pero no sé qué significa en realidad. Los sueños, si es que ha sido un sueño y no una alucinación, a veces no resultan fáciles de interpretar, no significan lo que crees a simple vista. Pero éste, parecía tan real…

Tengo la boca muy seca. Deben haberme puesto una vía para mantenerme hidratado pero tengo mucha sed. Me duele el dorso de la mano; debe ser la aguja. ¡Me duele! ¡Lo siento! ¡Eso es estupendo! Y tengo un dolor de cabeza que va en aumento. No sé si habrán puesto algún analgésico en la botella de suero o si me tendrán sedado pero el caso es que siento dolor y no puedo decir nada. Ni siquiera puedo abrir la boca.

Es desesperante estar así, sin poder hacer ni decir nada, esperando los acontecimientos. Se me hace eterna la espera aunque he perdido la noción del tiempo.

Alguien se acerca, me toca, remueve las sábanas, me levanta los párpados, se va. Mis pupilas todavía no deben reaccionar a la luz, de lo contrario, hubiera dicho o hecho algo en lugar de alejarse sin más. ¡Qué suplicio! Paciencia, paciencia, no te pongas nervioso que puede ser peor.

Alguien más se acerca. Son dos personas, no, parecen tres. Oigo una voz de mujer pero no logro entenderla, todavía está demasiado lejos para oír bien lo que dice en voz baja. Si se acerca más creo que lo lograré.

-¿Así que han notado un pequeño cambio? –dice la mujer.
-Bueno, algo insignificante pero es buena señal –contesta una voz de hombre, seguramente un médico.
-Pero ¿están seguros de ello? –insiste ella.
-Bueno señora –le contesta el interpelado-, no hay nada totalmente seguro en medicina pero le repito que todo parece indicar una leve mejoría. Debemos ser pacientes y esperar acontecimientos.

Y dicho esto, se oyen unos pasos de alguien que se aleja y cuando esos pasos dejan de escucharse, la misma voz de mujer dice:

-No, si todavía resultará que va a salir de ésta y, si es así, tendremos que hacer algo pero no puede recuperar la memoria y menos el habla.
-Shhhhh –dice una voz-, calla mujer, ¿no ves que nos puede oír? –añade la que ahora resulta ser una voz de hombre.
-¿Cómo quieres que nos oiga si está en coma?
-¿No has oído decir que, aún en coma, puede ser que oigan? Y con lo fuerte que siempre ha sido tu marido, no me extrañaría que pueda hacerlo.
-¡Tonterías! Venga, vámonos, tenemos que pensar en algo y rápido.

¿Tu marido? ¿Se refería a mí? Pues claro, a quién si no. Así que estaba en lo cierto. Estoy casado y esa era mi mujer. ¿Y ese quién sería? ¿Un amigo? ¡Su amante! ¡Eso es! Empiezo a comprender. Quieren asegurarse de que no salga de esta. ¿Tendrán algo que ver con que yo esté en coma? Seguro. Eso es lo que esa pesadilla intentaba decirme. Si recordara algo…

¿Cuánto tiempo habrá pasado? Creo que he vuelto a perder la consciencia pero no recuerdo haber soñado.

Lo veo todo borroso. ¡Veo! ¡Por fin veo! Pero todavía no puedo mover la cabeza. Al menos puedo parpadear. Podré contestar con un sí o un no con uno o dos parpadeos. Espero que se les ocurra una cosa así. Pero no sé qué les puedo contar con un sí o un no. Pero algo es algo. Después de esto quizá vaya recuperando, poco a poco, movilidad o pueda articular algunas palabras. Ojalá sea rápido, antes de que vuelvan esos dos porque lo que está claro es que no tienen buenas intenciones.

Alguien se acerca, está a mi lado. Que me mire, por Dios. Se va. No, vuelve.

-Doctor, doctor, ¡ha abierto los ojos!

¡Vaya, por fin! Alguien se acerca al trote.

-Señor Ruiz, ¿me oye usted?
-Parece que le entiende, doctor.
-No lo sé pero parpadea.
-Sí, y mucho. Quizá nos quiere decir algo. ¿Por qué no le repite la pregunta?
-Señor Ruiz, ¿me puede oír?
-¿Ve doctor?, ha vuelto a parpadear. Nos contesta de este modo, lo he visto en las películas, un parpadeo sí, dos parpadeos no.
-Sí que ha visto usted muchas películas, enfermera.
-A ver señor Ruiz, si me entiende conteste sí con un parpadeo y no con dos.
-Pero doctor, si no le entendiera no podría contestarle de ningún modo. ¿Nos puede oír señor Ruiz?
-¡Enfermera, aquí las preguntas las hago yo! ¿Nos puede oír señor Ruiz? Un parpadeo es que sí, dos es que… Bueno, ¿nos puede oír sí o no?
-Doctor…
-¡Cállese enfermera! ¡Estoy preguntando yo!
-Pero, doctor, es que el pobre hombre no para de parpadear. Debe estar diciendo sí, sí, sí. ¿Verdad señor Ruiz? ¿Ve, doctor?, ha parpadeado una vez.
-Muy bien, parece que nos entiende. Pero para salir de dudas, ahora deberíamos preguntarle algo para que diga que no.
-¿Cómo qué?
-Pues, por ejemplo, si se encuentra bien.
-Cómo va a decir que sí si el pobre hombre está hecho polvo. Claro que igual no siente dolor alguno.
-De todos modos, vamos a ver. Señor Ruiz, ¿se encuentra bien?
-No creo que haga falta gritarle doctor.
-Mmmmm

Aunque no siento absolutamente nada, como bien dice esa enfermera tan simpática, y por cierto muy mona, voy a contestar que no con dos claros parpadeos para que ese viejo carcamal, que no sé cómo le dieron un título, se convenza de una vez por todas de que le puedo entender.

-¿Ha visto usted doctor? Ha parpadeado dos veces.
-Sí y parece que ha dicho que no se encuentra bien.
-¿Parece? Si ha parpadeado dos veces clarísimamente.
-Pues eso, que no se encuentra bien. Bueno, señor Ruiz, no se apure que poco a poco, irá recuperándose. Ahora procure descansar. Pero debe tranquilizarse. Todo a su debido tiempo. Ahora voy a telefonear a su señora para informarla de que usted por fin ha abierto los ojos. Seguro que se alegra muchísimo, la pobre.

Pues no me ha servido de mucho abrir los ojos. Hubiera sido preferible haber podido hablar sin ver que ver sin poder hablar. Si existiera un lenguaje de los signos, como un código Morse pero a base de guiños y parpadeos…

Voy a intentar dormir un poco, a ver si así la próxima vez que me despierte he recuperado alguna facultad más.

Vaya, parece que ya puedo mover la cabeza. Al menos ahora ya podré decir si y no sin tener que parpadear. Y un poco los dedos de las manos y de los pies. Los de los pies no me sirven para nada pero con los de las manos puedo hacer algún signo, como señalar o decir que se acerquen. Pero ¿qué voy a señalar? Y si se acercan ¿qué les voy a decir? Si supiera el lenguaje de los signos para sordomudos… pero aunque lo supiera, creo que necesitaría las dos manos porque he visto que hay palabras que se expresan con las dos manos a la vez. Bueno pero no es el caso. Tendré que pensar en otra cosa.

Espera, espera, ya sé qué pasó. Bueno, no exactamente, pero recuerdo que estaba en casa con mi mujer, esa que estuvo antes o ayer o cuando fuera que vino. Llamaron a la puerta y apareció un tío que nunca antes había visto pero que conocía a mi mujer y ella a él pues se saludaron amigablemente. También recuerdo que discutimos pero no sé por qué y que la discusión fue muy desagradable, recuerdo gritos y diría que también empujones y luego…luego…nada. Se me ha borrado completamente ese recuerdo pero no hace falta ser un lince para adivinar lo que ocurrió. Esos dos son amantes, esto está claro, y quisieron quitarme de en medio. Fuese como fuese como me atizaron o como me atizó él, porque debió de ser él, el caso es que les ha salido mal y aquí estoy, vivito y coleando. Bueno, vivito sí pero coleando… Pero todo a su debido tiempo, ya se enterarán esos dos de lo que vale un peine cuando pueda contar a la policía lo que me han hecho. ¡Asesinos!

¿Y si aparecen antes de que pueda delatarlos? ¿Y si vuelven para acabar su “trabajo” antes de que pueda hablar? ¡Seguro que vuelven y pronto! En cuanto ese médico le diga a mi mujer que he abierto los ojos, los tengo al pie de la cama para finiquitarme. Por cierto, ¿cómo se llama mi mujer? ¿Cómo no puedo recordar una cosa así? Si no logro recuperar del todo la memoria, no me van a creer, pensarán que desvarío. Ni siquiera recuerdo mi nombre de pila y si sé que mi apellido es Ruiz es porque se lo he oído a la enfermera y al médico que me atienden. Me suena que empieza por... No hay forma. Lo dejo, pues me estoy poniendo nervioso y mi cabeza parece que me va a estallar. Ya lo recordaré.

¡Están ahí! ¡Han venido! ¡Y yo aquí, sin poder hacer ni decir nada! ¡Estoy en sus manos! ¡Al menos, que venga alguien, que no me dejen solo!

-¡Juan, querido! ¡Por fin has vuelto con nosotros!

¡Juan! ¡Eso es! Me llamo Juan.

-Hola Juan, ¿qué tal estás amigo?

¿Amigo? ¡Amigo de qué! ¡Canalla ¡Tengo que llamar la atención de alguien! Tengo que moverme, tengo que gritar, cueste lo que cueste.

-¡Pero qué haces, Juan! Estate quieto, tranquilo. ¿Qué quieres? ¿Qué te ocurre, cariño? Por favor, Antonio, ve a llamar a una enfermera o a quien sea.

¿Antonio? ¿Antonio? ¿De qué me suena ese nombre? Ehhhhhhh! ¡Por fin! Alguien viene. Estoy a salvo pero ¿durante cuánto tiempo?

-¿Qué ocurre aquí?
-No lo sé, doctor Bohigas. No sé qué le ocurre. De pronto se ha agitado, ha empezado a mover los brazos y las piernas y me ha mirado como si viera a un fantasma y ha intentado gritar. ¿Qué le ocurre, doctor?
-Tranquila señora Ruiz. Suele ser normal que cuando un enfermo despierta del coma después de tanto tiempo sufra una agitación debido a que su cerebro empieza a procesar mucha información y se le agolpan las sensaciones y eso genera una especie de estado de shock. Déjenme a solas con él. Voy a intentar tranquilizarlo.

Menos mal. Se van. He ganado esta batalla. Tengo que hacerme entender aunque no sé si ese viejo chocho será capaz de entenderme. Tengo que hablar, como sea. Ehhhhh…

-Tranquilo, hombre, no se apure, todo va bien. Ya verá cómo poco a poco se irá recuperando pero no se esfuerce demasiado pues puede ser contraproducente. Piense que está en buenas manos.

Sí, seguro, en buenas manos. Ehhhhh…

-Shhhh. Tranquilícese, señor Ruiz. Con esa conducta, preocupará a su mujer y la pobre ya tiene suficientes motivos para estar preocupada. Mire, le voy a contar lo que vamos a hacer: Primero lo que tiene que hacer es ponerse bien para pasar a planta. Luego, cuando le dé el alta, le trasladaremos al sanatorio y allí verá cómo le atienden bien. Tiene que dejarse ayudar. Todos queremos ayudarle, ¿me entiende señor Ruiz?

¿Al sanatorio? ¿Qué sanatorio? Eh, oiga, no se vaya. Ehhhhh…

-¿Doctor? ¿Todo va bien?
-Sí, sí, señora Ruiz. Todo bien.
-¿Qué le ha dicho, doctor?
-Vamos a tomar un café y charlamos un momento.

¡Se van! ¿Estará ese viejo idiota conchabado con esos asesinos? No entiendo nada. Primero me quieren matar y ahora quieren encerrarme en un sanatorio. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer? Estoy completamente solo. Nadie puede ayudarme. Ahí vienen unas enfermeras. Tengo que llamar la atención. Ehhhhhh…

-Desde luego es todo un caso.
-¿Por qué, qué le ocurre?
-Pues, según me han contado, al pobre hombre le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide. De la noche a la mañana se desquició y se volvió agresivo. Su mujer quería ingresarlo pero no sabía cómo hacerlo para que él lo aceptara sin violencia. Y, al parecer, el día en que se presentó en su casa su psiquiatra, ese hombre tan guapo que siempre la acompaña, para hacerle entrar en razón, se puso hecho una furia e intentó agredirlos. Dicen que tomó una escopeta de caza que tenía en el armero y los amenazó con matarlos si le ponían un dedo encima.
-¿Y cómo acabó en coma?
-Pues su mujer contó a la policía que el psiquiatra intentó arrebatarle el arma pero que, en el forcejeo, se disparó accidentalmente y la bala le dio en la cabeza, a bocajarro. Todavía no se explican cómo puede seguir vivo.
-¿Y vivirá?
-Parece que sí pero no creen que llegue a hablar. Oí el otro día comentar al doctor Bohígas que lo más probable es que no llegue a recuperar la memoria y, por lo tanto, nunca recuerde lo que pasó.
-Vaya. ¡Pobre hombre!

¿Qué están cuchicheando esas dos? No llego a entender lo que dicen. ¿Hablarán de mí? Creo que sí porque la más bajita no para de mirarme de refilón y con una cara de pena que no puede con ella. Si pudiera llamar su atención. Ehhhhhh…

-Shhhh. No se mueva tanto, señor Ruiz, que se va a arrancar la vía. Tranquilícese e intente dormir un poco.

¿Dormir un poco? ¡Cómo voy a dormir si no sé lo que están tramando esos! Ahí vuelven. Esta vez voy a hacerme el dormido, a ver qué dicen de mí.

-¿Tú crees que va a salir bien? ¿No hubiera sido mejor solucionarlo como habíamos dicho en un principio?
-Que sí. Ya te he dicho que todo está arreglado. ¿Cómo van a sospechar? No podemos acabar con él aquí. Es demasiado arriesgado. En cambio, mi plan no puede fallar. Soy psiquiatra y eso lo hace todo creíble. Ya he arreglado su ingreso en ese sanatorio mental del que no saldrá jamás. Ya has oído al doctor Bohígas, nunca volverá a hablar y, muy posiblemente, a recordar lo que realmente pasó. En su estado, dudo mucho que pueda siquiera sujetar un lápiz. Y, en todo caso, ya me encargaré yo de eso. Lo tengo todo controlado.
-Ojalá tengas razón.
-Claro que sí, cariño, ya verás cómo sí. Anda, vámonos que tengo que acabar de formalizar el ingreso.

Ehhhhhh…Ahhhhhh….



jueves, 12 de septiembre de 2013

Un día en la vida



José había aceptado ese trabajo porque no le quedaba otra opción. Hacía ya tiempo que se le había agotado el paro y los escasos ahorros ya habían tocado fondo. Recordaba con amargura aquellas palabras de su madre asegurándole que una carrera le abriría muchas puertas. A él se las había cerrado todas, por ahora. Pero eso no iba a durar mucho pues antes de pasar más penurias económicas estaba dispuesto a hacer lo que fuera.

Estar tras una barra de un bar de barrio era, para todo un licenciado como él, casi una humillación pero al menos le permitía dar rienda suelta a su natural extraversión. En poco tiempo había hecho muchos amigos, o al menos eso creía. Gente muy maja, currantes todos, que no tenían reparos en contarle sus penas y sus sueños. Y entre toda esa gente que a diario recalaba en ese modesto local destacaba, por su simpatía y desparpajo, Julián, un chico de su misma edad que se ganaba la vida “con lo que salía”, según sus propias palabras, y con el que conectó desde el primer momento.

Enseguida hicieron migas y se convirtió, de la noche a la mañana, en su amigo y confidente. Mismo estrato social, mismos gustos, mismas inquietudes aunque con distinta forma de enfocar su vida. Mientras José había sido siempre cauto y disciplinado, Julián era un remolino que quería tragarse el mundo en dos días y todo le parecía conseguible a corto plazo. “Sólo es cuestión de proponértelo”, le repetía.

Y el caso es que la propuesta que le había hecho días atrás no podía ser más tentadora y parecía pan comido. Julián le había asegurado que no tenía nada que temer, que todo estaba bien calculado. Lo único que José tenía que hacer era guardar por unos días “la mercancía” y llevarla luego donde él le indicara. Así de fácil. Él no podía hacerlo porque era una cara muy conocida para el destinatario del paquete y debía mantenerse en el anonimato.

José no sabía, ni quería saber de qué se trataba. Mejor así -le había dicho su amigo-, cuanto menos sepas mejor. Y él no estaba para hacer preguntas. Sí sabía, desde luego, que era algo ilegal pero tal como está el patio, pensaba, qué más da. ¿Drogas? No, eso no, le había asegurado Julián. Otra cosa, tú no te preocupes, ya te digo, cuanto menos sepas mejor, tranquilo. Y él estaba relativamente tranquilo. Necesitaba ese dinero. Quería ese dinero. Por un día en la vida en que se le presentaba una oportunidad como aquella, no podía desaprovecharla.

Y allí estaba al fin, con el paquete en el cajón de esa vieja cómoda de ese cuartucho de esa oscura pensión de ese no menos oscuro barrio de esa triste ciudad, esperando a entregarlo, de un momento a otro, en la dirección que Julián le indicaría.

Ahora, cuando ya era demasiado tarde para echarse atrás, José sentía una inesperada aprensión, casi remordimientos. Tanto dinero fácil no se gana así como así. Espero que todo salga bien y no me meta en un buen lío. Mis padres no están para verlo pero, aún así, no soportaría dar con mis huesos en la cárcel. ¿En qué estaría pensando cuando accedí? !Quién me ha visto y quién me ve! Pero ahora ya no hay marcha atrás, no me queda más remedio que apechugar. Que sea lo que Dios quiera.

Y en eso estaba José cuando llamaron a la puerta de su habitación.

-Hay un chico que pregunta por usté-, oyó que le decía la señora Engracia, la patrona.

Minutos después, Julián le dejaba solo con un papel en las manos donde, con una letra menuda y casi ilegible, alguien había anotado una dirección, la dirección a la que debía acudir raudo con el paquete.

No había advertido ninguna señal de preocupación, ni siquiera de tensión, en la mirada de Julián, tan sólo una sonrisa cómplice, y esa palmadita en la espalda al marcharse parecía indicarle que todo iba a salir bien. Así que ¿para qué preocuparse innecesariamente?

En menos de una hora había llegado a su destino. El lugar no podía ser más sórdido. La situación le recordaba una de esas películas en la que el poli bueno se adentra solo, sin protección alguna, en una de esas callejuelas apestosas donde se esconden esos peligrosos rufianes a quienes espera reducir en cuestión de segundos gracias al efecto sorpresa.

Pero no se trataba de ninguna película, estaba allí plantado delante de esa mugrienta puerta y llevaba ya casi un minuto desde que había tocado el timbre sin que nadie se dignara abrirla. Y entonces le sobresaltó una voz a sus espaldas, una voz conocida aunque con un tono distinto al habitual, una voz más grave y a la vez más lejana.

-¿Qué haces tú aquí? -fue todo lo que se le ocurrió preguntar al verle.
-¿No lo adivinas, verdad? –le contestó el otro desde las sombras.
-¿Cómo voy a saberlo? –volvió a preguntar cada vez más intrigado.
-Claro, cómo vas a saberlo si ni siquiera sabes quién soy realmente –le dijo Julián esta vez en un tono más condescendiente.
-¿Qué quieres decir con eso de que no sé quién eres realmente?
-¿Qué sabes de mí exactamente? Sólo sabes que aparecí de pronto, un buen día, y que conectamos enseguida. Siempre dijiste que nos parecíamos mucho, que te recordaba a ti. No sabes hasta qué punto somos iguales. Creía conocerte bien. Creí que superarías la prueba pero no ha sido así. Por desgracia, no has hecho caso a los consejos de tu pobre madre, o debería decir de nuestra pobre madre.

Al oír aquellas palabras a José le dio un vahído, todo empezó a girar en torno suyo, se le nubló la vista y hasta tuvo que apoyarse en la puerta, que seguía cerrada a cal y canto, para no desplomarse. Pero ¿qué le ocurría? Se sentía flotar, una sensación de ahogo le oprimía la garganta y el corazón parecía que le iba a estallar.

Tras unos segundos de profundas inspiraciones y espiraciones para relajarse, algo repuesto de ese desagradable trance, se dio la vuelta para enfrentarse a aquél o a aquello que le había provocado tal estado de angustia y vio, desconcertado, que no había nadie y que ese paquete que hasta hacía un momento había llevado en sus manos también había desaparecido.

Consternado por lo ocurrido, decidió volver raudo a la pensión y ponerse en contacto con Julián como fuera para que le explicara qué había significado todo aquel montaje. Apenas había cruzado el umbral de la pensión, la señora Engracia se le acercó decidida.

-Hace un momento que se ha marchao ese joven que vino esta mañana. ¿Acaso son hermanos? ¿No? Pues son igualicos. Bueno pues me ha dejao esto pa usté. Y extendiendo su regordeta mano le entregó un sobre.

José abrió el sobre para comprobar que sólo contenía una fotografía, en blanco y negro, vieja y cuarteada, una fotografía que hacía muchos años no veía. En ella estaba él, de niño, mirando fijamente a la cámara con cara de ingenuidad casi angelical. Y volteándola advirtió que había algo escrito al dorso, escrito con esa misma letra menuda y casi ilegible que había visto hacía escasas horas. Se acercó a la ventana para leer mejor esas pocas líneas, que decían así:

“Conserva la ilusión y la esperanza de cuando eras un niño
Puedes encontrar tu camino, sólo es cuestión de perseverar, y cuando lo hayas encontrado no dejes que nadie te desvíe de él
Ten fe en ti y sé fiel a tus convicciones
No escuches esos cantos de sirena que prometen una vida regalada sin esfuerzo alguno
Todavía estás a tiempo, no me decepciones”

Y por toda firma, dos palabras: Tu conciencia
Y como posdata: Has tenido suerte de que haya sido yo

jueves, 5 de septiembre de 2013

Parece que fue ayer



Hoy es el primer día que salgo a la calle después de casi tres malditos meses, sin contar el que pasé en coma. El traumatólogo me ha dicho que después de estas treinta sesiones de rehabilitación quedaré como nuevo, que podré llevar una vida normal. Una vida normal. ¿Qué sabrá él lo que es llevar una vida normal? Para mí, desde luego, hace tiempo que eso no existe.

¿Por qué no pudo haber acabado todo allí? ¿Por qué tuvo que pasar ese motorista en aquel preciso instante? “Ha sido un milagro, has vuelto a nacer, ha sido tu ángel de la guarda, le debes la vida”. No saben que no fue un accidente fortuito, que no me deslumbró el sol. Todo estaba calculado, todo menos aquella llamada en el último momento.

Todavía no consigo entender cómo pude oír su voz si no llegué a pulsar el botón de responder. No vi quién llamaba pero era ella, oí su inconfundible voz, alto y claro, y esas palabras que no olvidaré: “no lo hagas papá”.

¿Eras realmente tú, hija? ¿Cómo es posible? No sabes cuánto te extraño. Sólo han pasado seis meses y parece que fue ayer que te marchaste para siempre.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El sueño de Antón



Nunca antes se había sentido tan nervioso. Antón se tenía por un tipo duro, de esos que no se amedrentan ante ningún problema por grave que sea. Era un hombre de recursos y siempre le habían salido bien los encargos “especiales” que le encomendaban. Pero esta vez era distinto y no sabía muy bien por qué.

Esa mañana, al salir de casa, tuvo un mal augurio y eso que tampoco era supersticioso, pero ese sueño…

Había soñado que era un cazador y que tras horas deambulando por el monte junto a sus compañeros de cacería, se rezagaba y cuando quiso darse cuenta se hallaba solo en medio de la espesura y emprendiendo una carrera alocada en busca de sus amigos se hundía en una trampa que apareció de repente bajo sus pies sin que pudiera evitar caer en una especie de pozo rectangular y profundo del que no podía salir. Y así, herido y atemorizado, caía la noche y el único sonido que le acompañaba era la de los aullidos de lo que parecían ser lobos. Cuando la silueta de dos enormes lobos asomaba en lo alto del pozo y parecían prestos a saltar sobre él, se despertó cubierto de ese sudor frío que sólo el pánico provoca.

De eso hacía un par de horas y aún no había conseguido sacarse ese maldito sueño de la cabeza, una pesadilla que le había dejado un mal sabor de boca.
¿Será posible? Venga, termina de desayunar que se hace tarde y tienes mucho que hacer, se dijo al cabo de un buen rato. Y tras abonar al camarero la cuenta, se puso el periódico bajo el brazo y con las manos en los bolsillos de la gabardina, para protegerlas del frío, cruzó la calle y se dirigió con paso raudo hacia su destino.

En menos de quince minutos está plantado ante ese edificio que tan bien conoce por haber estado montando guardia frente a él tantos días seguidos, mañana, tarde e incluso alguna que otra noche.

¿Por qué se había hecho detective? ¿Por amor a la aventura? Sería por eso porque en lo que se refiere al dinero, éste había resultado ser una amante esquiva. Vivía medianamente bien pero no era lo que esperaba, pero ya tenía una edad y no estaba para más cambios. Pero ese caso iba a ser sonado. Si todo salía como tenía previsto, se haría rico y ya se veía tumbado bajo el sol de una isla caribeña el resto de sus días, pues ya tenía merecido un buen retiro.
Pero bueno, no vayamos a vender la piel del oso antes de cazarlo. Todo a su debido tiempo. Ahora lo que tengo que hacer requiere de toda mi concentración para no dar un paso en falso. Dejemos para más tarde la satisfacción y la recompensa.

Y así, Antón se introduce a hurtadillas en el edificio por la puerta trasera, esa que él bien sabe que el portero suele dejar abierta para poder escabullirse cada vez que quiere fumarse un pitillo sin que le vean los escrupulosos vecinos.
Una vez dentro, sin nadie que merodee por el rellano, sube, para no ser visto, por el montacargas hasta la sexta planta. Una vez frente a la puerta, mira a ambos lados del largo pasillo, se seca con el dorso de la mano el sudor de su frente y respira hondo.

Lo tenía todo estudiado. Sólo tenía que abrir la puerta y colarse en el lujoso apartamento. Su clienta, esa mujer que le dejó sin habla cuando se presentó en su despacho por primera vez, le había dado una copia de la llave y el código para desactivar la alarma. Todavía estaría durmiendo, le dijo. Desde luego, los hay que viven como les da la realísima gana, sin apenas dar golpe, siempre de fiesta, o de viaje de placer, siempre rodeados de mujeres y viviendo la noche a todo tren y hasta la madrugada, levantándose cuando la gran mayoría de mortales hace horas que están currando.

Sabía que no tenía nada que temer pues el tipo afortunado dormía hasta las tantas y usaba tapones en los oídos para que el ruido de la calle no le despertara. Ese detalle sólo lo podía conocer su clienta, por algo habían compartido cama durante estos últimos años. Antón, lo único que había constatado después de tantos días de vigilancia, era que nunca salía a la calle antes de las doce del mediodía y siempre para dirigirse a ese bar frecuentado por sus amigos para tomarse su primera copa del día.

Así que tenía tiempo de sobras pues sólo eran las ocho y el pájaro todavía debía estar profundamente dormido. Sólo debía entrar lo más sigilosamente posible, para no llamar la atención de los oídos indiscretos de algún vecino, dirigirse al estudio que estaba al final del pasillo, abrir la caja fuerte cuya combinación su clienta también le había facilitado y apoderarse de un sobre tamaño folio y de color manila. Desde luego, esa mujer había pensado en todo.

¿Qué contenía ese sobre para que estuviera dispuesta a pagar tanto dinero por él? Según le contó, había descubierto ciertas actividades ilegales de su amante y en ese sobre habían suficientes pruebas incriminatorias con las que pretendía hacerle chantaje. ¿Por qué? Por venganza. Ese ricachón engreído se había librado de ella de la noche a la mañana y se lo haría pagar caro. Había dejado a su marido por él, creyendo en sus promesas, y la había dejado en la estacada y sin un duro, el muy traidor. Le había dado los mejores años de su vida y ahora esto. Así que o cedía al chantaje o iría con las pruebas a la policía.

¿Sería un asunto de fraude fiscal, tráfico de drogas, prostitución, trata de blancas, tráfico de armas? Qué más daba, el caso es que la rubia despampanante le había dicho que pensaba exigirle unos cuantos millones, así que el asunto debía de ser gordo.

Pero lo que no sabía ese monumento de mujer es que sería él quien, una vez con las pruebas en la mano, extorsionaría a su ex amante. ¿Por qué conformarse con unos miserables cientos de miles de euros de honorarios cuando podía hacerse con un dineral? Ya vería el modo de burlar a su despechada clienta y largarse luego con toda la pasta sin dejar rastro. De algo le tenían que servir tantos años desperdiciados en la policía por un mísero salario. De momento, todo marchaba según lo planeado. Ya estaba llegando al final de la primera etapa, la más difícil, sin contratiempos.

Y en esto anda fabulando cuando, justo después de esconder el sobre en el bolsillo interior de su raída cazadora, oye un estruendo acompañado de un fogonazo y un intenso olor a pólvora invade de repente la estancia. Y luego la oscuridad y el silencio.

Antón yace inmóvil en el frío suelo del estudio, los ojos abiertos dirigidos hacia el oscuro techo y con su mano derecha todavía a la altura de ese corazón que quiere saltársele del pecho ensangrentado. Sigue vivo pero ¿por cuánto tiempo? No puede moverse y apenas respirar. Las cortinas se descorren y la luz invade de repente la estancia. Una cara esbozando una sonrisa cínica le contempla desde lo alto antes de arrodillarse a su lado.

-Pobre infeliz -dice la esbelta y sensual rubia-. ¿Realmente creías que te saldrías con la tuya? Todavía no ha nacido quien pueda joderme e irse de rositas. Eres más estúpido de lo que creía. ¿Por qué crees que te encargué un caso que hubiera podido resolver yo sola sin tener que compartir parte del botín con un viejo borracho como tú? Hubiera podido entrar tranquilamente con el duplicado de las llaves y abrir la caja fuerte en un pis-pas sin ayuda de nadie y salir por esa puerta sin que nadie sospechara nada. Ahora sí que veo que estás acabado, mira que no sospechar nada pero, claro, ha pasado tanto tiempo…

Y Antón, con su mirada extraviada y borrosa sólo logra vislumbrar cómo otra figura, alta y corpulenta, se acerca y entre la mujer y ese desconocido lo arrastran envuelto en una especie de manta hasta el montacargas, y tras unos instantes que se le antojan una eternidad, lo echan sobre la dura superficie de lo que parece ser una furgoneta y desde esa oscuridad cada vez más profunda y mientras se le escapa la vida por los poros de su maltrecho cuerpo, oye como la mujer dice:

-Por fin ha tenido su merecido, ese puerco de Antón. He tenido que esperar algunos años pero ha valido la pena. De poco le ha servido enviarme a la cárcel pues ha pagado con creces su desfachatez. Su mente de viejo sabueso bien pudo resolver aquel caso y descubrirme pero no ha sido capaz de reconocerme y ha pagado cara su decrepitud. Yo habré estado diez cochinos años en la trena pero ese viejo cabrón va a pasar la eternidad en ese agujero que le hemos preparado.

-Sí –oye cómo le contesta una voz de hombre-, eso sí que es matar dos pájaros de un tiro. Tú te vengas de ese cabrón y los dos podremos empezar una nueva vida lejos de aquí y forrados.

Lo último que puede ver Antón antes de perder totalmente la consciencia son dos sombras que desde lo alto de una especie de pozo le observan, sus bocas son como fauces, parecen lobos que se relamen de gusto tras cazar a su presa. ¿Dónde ha visto antes esa imagen? ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Será un sueño? Claro, eso es, se trata de una pesadilla, como la que tuvo esa madrugada.

Y cuando la primera paletada de tierra le cubre su cara, se da cuenta de que esa horrible pesadilla se había hecho realidad. Y antes de que todo acabe, nota como algo se le clava en el pecho a la altura del corazón. ¿Será la bala que le han disparado? No, parece una cartulina, quizá un sobre, ese sobre tamaño folio de color manila que tenía que cambiar su vida.