miércoles, 3 de julio de 2013

¿Por qué ahora? (diario de un sesentón)


Todos experimentamos muchos cambios a lo largo de la vida como parte indispensable de nuestro desarrollo personal, hasta que llega el cambio definitivo, el Gran Cambio, como me gusta llamarlo, ese cambio que no percibimos en su momento, pues se produce de forma insidiosa, silenciosa y gradual, sin armar escándalo, y que sólo percibimos con toda claridad un día, cuando al mirar atrás, vemos el abismo que nos separa de lo que habíamos sido hasta entonces. Ese cambio no tiene calendario fijo, a unos les llega antes que a otros. A mí me llegó al poco de iniciar mi vida profesional, aún ignoro el cómo y el por qué, pero no me percaté de ello hasta transcurrido un tiempo, la última vez que eché la vista atrás para contemplar ese vacío, ese antes y después. A partir de entonces, decidí enfocar mi vista sólo hacia adelante, hacia un futuro que todavía se me presentaba incierto pero apasionante. Desde ese instante, nunca volví a sentir la necesidad de dar un salto en el tiempo para evocar mi vida pasada. Nunca, hasta ahora.

Hasta ahora tampoco había sentido verdadera nostalgia. Recrearme en los recuerdos nunca había sido una actitud que se me antojara oportuna, salvo cuando se trataba de rememorar un acontecimiento familiar, generalmente gratificante, o profesional si éste resultaba satisfactorio o estimulante para mi ego. Sabía que había cosas que quizá hubiera podido hacer de otro modo, como sabía que seguramente hubiera podido evitar cometer algún que otro error pero nunca me había planteado, ni siquiera en las ensoñaciones que todo mortal suele tener de vez en cuando, cambiar mi vida pasada o comenzar de nuevo si ello hubiera sido factible. Nunca, hasta ahora.

Dicen que cumplir los cuarenta es un antes y un después en la vida de un hombre y que la mayoría sufre, llegado ese momento, una crisis existencial. La famosa crisis de los cuarenta. Yo jamás experimenté tal cosa. No es que me agradara cumplir años pero la entrada en la madurez me dio, si cabe, más energía para afrontar lo que la vida todavía debía depararme. Estaba en una etapa, profesional y personal, muy satisfactoria y con una vida familiar y un status socio-económico envidiable. ¿Qué más podía desear? Sólo había presente y futuro. No había por qué rebuscar en el pasado. No echaba en falta nada. Nunca, hasta ahora.

¿Qué ha cambiado, pues, en mi existencia que justamente ahora, en los albores de lo que muchos se empeñan en denominar la tercera edad, vea las cosas de un modo tan distinto como para plantearme si he sabido vivir la vida como realmente merecía ser vivida? Quiero pensar que todo ello no es más que algo pasajero, un espejismo, la aparición retardada de la crisis que no experimenté al cumplir los cuarenta y que ahora me rinde cuentas, veinte años más tarde.

Si la autocomplacencia me impidió durante años someterme a examen, ahora creo llegado el momento. Aunque siempre he reconocido mis defectos y limitaciones, nunca he sido capaz de corregirlos, al principio por falta de apoyo, luego de valor y finalmente de interés pues, al fin y al cabo, acabé aceptándolos ya que no entorpecían mi éxito y creí que la angustia que me producían era la moneda que debía pagar a cambio de ese triunfo. ¡Cuán equivocado estaba!

Así que, ahora que tengo ese tiempo tan preciado que nunca tuve, quisiera hacer un examen de lo que fue y pudo ser mi vida si hubiera obrado de otro modo o hubiera crecido en otro entorno o con otro tipo de educación.

Probablemente no sirva de nada este análisis retrospectivo, esta regresión consciente y nunca llegue a saber qué hice mal si es que algo malo hice. Seguramente no seré capaz de dar con una explicación de cómo he llegado a este punto porque, simplemente, no la haya y todo haya sido fruto de la casualidad, de la mala suerte. Pero yo nunca he creído en la casualidad ni en la suerte al ciento por ciento. Los sucesos aparentemente más casuales se me han antojado fruto de una causalidad sin llegar a creer en un destino previamente fijado pero casi. ¡Cuántos sucesos podría contar cuya pretendida casualidad excede todo lo imaginable! Y qué decir de la suerte. En este caso creo sin lugar a dudas que casi nada en esta vida es fruto único del azar; siempre hay, en un porcentaje más o menos alto, un elemento sin el cual no hubiéramos conseguido lo que nos proponíamos y es el mérito, el esfuerzo, el empeño y nuestra valía personal.

Aún a sabiendas de que este ejercicio puede acabar siendo baldío y estéril y no llegue a ninguna conclusión, y que aún llegando a alguna no sirva, a estas alturas, para resolver nada y mucho menos para enmendar lo ya acontecido, al menos servirá para rememorar todo aquello que se ha mantenido oculto en mi yo más íntimo y recrearme en las escenas de mi pasado para, como mínimo, expulsar a todos esos fantasmas, frustraciones y complejos que, agazapados en mi subconsciente, han podido hacer mella en mi personalidad y, por otra parte, evocar esos recuerdos perdidos o abandonados como si de un lastre se tratara y que, de una vez por todas, deseo resucitar para que, aunque sea fugazmente, me aporten un poco de luz y quién sabe si también de consuelo.

Tiempo es lo único que en estos momentos me sobra y, además, siempre me ha gustado escribir pues creo que sé plasmar mejor mis ideas en un papel que en el aire. Pues bien, siento que ha llegado la ocasión y aunque sólo sea un breve compendio de mi vida o un simple anecdotario, creo que vale la pena ponerme manos a la obra. No será, en todo caso, un relato de mucha acción me temo. Quizá yo acabe siendo el único juez en valorar su contenido y que éste permanezca hasta el fin de mis días en el fondo de un cajón con total impunidad y virgen al ojo ajeno. Aunque así fuere, nadie se perderá nada por el hecho de que estas, llamémoslas, memorias no vean la luz ni nada cambiará un ápice por tal pérdida. Sólo pretendo plasmar de algún modo lo que siento y que este acto de catarsis individual me sirva para reconciliarme conmigo mismo, aprender a quererme lo justo y necesario y a perdonarme y a perdonar a los demás actores, si en algo hemos pecado por acción u omisión, en esta representación que ha sido hasta ahora mi vida.

Nunca había tenido esta oportunidad. Nunca, hasta ahora.

 

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