lunes, 30 de diciembre de 2013

Volver a vivir


Sentado en esta terraza de lo que fue aquel viejo bar, contemplando, extasiado, cómo las olas rompen contra las rocas de esa cala que tantos recuerdos me trae, me doy cuenta de que han pasado muchos años, demasiados, desde que dejé de ser feliz.

Este lugar me trae recuerdos de aquel verano, de sus amaneceres y sus ocasos, de los baños en estas aguas bravas, de los largos e incansables paseos y de los emocionados e inexpertos bailes en el casino las noches del sábado. Recuerdos de aquel verano en que fui realmente feliz hasta que, a principios de septiembre, los primeros chubascos precursores del otoño vinieron a recordarme que las vacaciones llegaban a su fin y que debía dejar atrás tantos gratos momentos junto a esa belleza, pecosa y espigada, nacida entre las rocas y la espuma del mar de este pueblo costero donde recalamos ese verano, tantas amanecidas atrás.

Hace ahora unos meses que contemplé en este mismo lugar, cuarenta años más tarde, el rostro de una mujer que se sentó a escasos metros de mí y que pensé que bien podría ser ella. El mismo color de pelo, aunque oculte las canas, los mismos ojos grises, ahora más oscuros, la misma forma de mirar, aunque un poco más triste, algunas pecas en su rostro, ahora surcado por alguna que otra arruga, que el maquillaje no han logrado disimular, esa nariz algo respingona y esos labios carnosos ahora rodeados por unas finas líneas de expresión que recuerdan los años transcurridos. Sólo me faltó oír su voz para estar seguro de que era ella.

Por un momento me imaginé la escena: me levantaba y me dirigía hacia ella y cuando alzaba la vista para mirar a quien tenía frente a sí, su cara, entre sorprendida e ilusionada, se iluminaba, sonreía y entonces me preguntaba, con esa cálida voz que todavía me parece oír, si era realmente yo o estaba soñando. Primero hablaba el desconcierto. ¡Después de tantos años! ¿Qué ha sido de tu vida? Luego la tristeza y el reproche. No supe nada más de ti después de aquel verano, el verano del…

Pero unas voces de niños me devolvieron a la realidad. Levanté la mirada y lo que vi fueron, efectivamente, unos niños que, entre risas, la abrazaban gritando: ¡abuela, abuela, mira qué hemos encontrado! Y tras esos niños apareció una joven, un calco de esa niña-mujer de quince años que un verano conocí junto a este mismo mar, de la que me enamoré perdidamente y a la que no he podido olvidar desde entonces, desde que el destino y mi falta de valor me separaron de ella.

Y tras unos breves instantes de asombro, esa mujer cincuentona de mirada triste, esa joven treintañera de ojos risueños y esos niños de risa fácil se marcharon sin que hubiera podido cruzar con ella ni tan sólo un suspiro. Pero antes de desaparecer definitivamente, dirigió una última mirada al local y, cuando nuestras miradas se encontraron, me pareció ver en sus ojos grises una ligera señal de reconocimiento justo antes de que decidiera seguir su camino.

¿Sería ella? Imposible. ¿Cómo, entre tanta gente y después de tantos años iba a encontrarme con ella, precisamente ese día, el primer día que decido volver a este pueblo y a este lugar, después de más de media vida de ausencia? Pensé que, sin duda, mi imaginación y mi trasnochado romanticismo no tenían límites o que quizá mis remordimientos me hacían revivir ilusiones perdidas. Pensé en la inutilidad de haber venido hasta aquí y que la nostalgia había podido más que la sensatez. Debía volver a mis asuntos, a mi trabajo, seguir con mi vida ordenada aunque infeliz, con mi rutina diaria, y olvidarme del pasado.

Pero cuando iba a llamar al camarero, éste se acercó raudo y, antes de que le pidiera la cuenta, me tendió una pequeña hoja de papel, doblada en dos mitades, que dijo haberle entregado una mujer, un momento antes, para mí; una hoja dónde, con letra apresurada, había escrito:

“Han pasado muchos años pero te he reconocido, aunque tú a mí no. No sé si te acordarás de mí pero yo fui esa niña que conociste aquí un verano, el verano del 73, esa niña a quien dijiste, una tarde, a la sombra de un tilo, que no olvidarías jamás, sellando esa promesa con un beso. Sin embargo, no te volví a ver.  Nunca volviste. No sé qué habrá sido de ti. Espero que hayas sido feliz. Yo lo he intentado pero siempre me ha acompañado tu recuerdo. Tú fuiste mi primer amor y el primer amor nunca se olvida”.

Por mucho que la busqué, había desaparecido. Por mucho que pregunté, nadie supo darme razón de ella. ¿Seguiría viviendo allí o también era un ave de paso y el azar quiso que coincidiéramos por unos minutos en este mismo lugar dónde nos conocimos?

Desde entonces, todos los fines de semana vuelvo aquí y oteo el horizonte en su busca, esperando que algún día la vuelva a encontrar y pueda decirle lo mucho que lo siento, que lo que dije bajo aquel tilo resultó ser cierto, que jamás la he olvidado, que ella también fue mi primer amor, que yo tampoco he logrado ser feliz y que, si todavía estamos a tiempo, podemos revivir ese verano, podemos volver a vivir.


viernes, 27 de diciembre de 2013

El día que nací



Recuerdo como si fuera hoy el día que nací. A las pocas horas de ver la luz, me separaron de mis hermanos y me trajeron aquí, donde me entregaron a gente desconocida. Desde entonces, he ido dando tumbos, de mano en mano, unas rudas y torpes, otras dulces y cuidadosas.

De todos modos, no me puedo quejar pues he llevado una buena  vida y sé que he sido querido. Cuando acabe mi existencia, que espero sea muy larga, creo que habré hecho un buen servicio a la sociedad. Ahora sólo pienso si, cuando sea viejo, alguien seguirá queriéndome y, de no ser así, qué será de mí.

El día en que nací, no sabía a qué venía a este mundo. Ahora sé que fue un acierto y, sea lo que sea que me depare el futuro, moriré feliz. Sólo pido pasar mis últimos días aquí, donde he vivido rodeado de amigos y de gente que me aprecia, en este lugar tan querido por mí y que, no sé por qué, llaman biblioteca.

El día que nací fue un gran día.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Historia de un trasplante


Muchos años de experimentación, mucho esfuerzo y mucho dinero invertido hasta llegar a este momento tan esperado y decisivo. No ha sido tarea fácil conseguir el permiso de las autoridades sanitarias y reunir al mejor equipo de especialistas en la materia pero ha valido la pena esperar. Hace años que habría dado mi alma al diablo por conseguir lo que estoy a punto de conseguir. Este ensayo pasará sin duda a la historia por ser la primera vez que alguien se somete a esta experiencia, pero yo no busco fama ni reconocimiento sino una nueva vida que valga la pena vivir.

Será el primer trasplante de este tipo y soy consciente del gran riesgo que entraña pero tengo fe en que será todo un éxito. Además, preferiría dejar de existir que seguir viviendo como he vivido hasta ahora.

Nací con estas limitaciones y veo en este ensayo la única forma de librarme de ellas. Mi débil cerebro no puede dar más de sí y no responde a mis deseos y necesidades más básicas. Ni las últimas intervenciones a la que me han sometido han logrado mejorar mis escasas facultades. Por eso es vital para mí disponer de un nuevo cerebro.

Llegados a este tercer milenio que acabamos de estrenar, la ciencia ha conseguido, por fin, crear un cerebro humano a partir de células madre. Cuando el Dr. Hoffman, sin duda el mejor neurocientífico de la historia, me comunicó que lo había logrado, no podía creerlo. Por fin vería satisfechos mis deseos tanto tiempo reclamados.

A él le cedo toda la fama pues él es el verdadero artífice. Yo seré, como me han dicho algunos, su conejillo de Indias, su cobaya, pero por lo menos seré un cobaya feliz y eternamente agradecido. Él pasará a la historia como quien dio una vida humana y digna a algo más parecido a un autómata de feria.

Por fin ha llegado el momento de la verdad, voy camino del quirófano donde el Dr. Hoffman almacenará primero mi memoria en un mega-disco duro para luego transferirla al nuevo cerebro que, acto seguido, me trasplantará y todo en cuestión de pocas horas. Me ha dicho, eso sí, que aunque todo resulte como es de esperar, deberé aprender muchas cosas que mi cerebro actual no podía procesar y que será una tarea larga y difícil, pero estoy dispuesto a lo que sea con tal de ser normal.

Ya estoy en la mesa de operaciones, en pocos minutos habré perdido el conocimiento y lo siguiente que experimentaré al despertar será esa nueva vida, lúcida y comunicativa, que tanto anhelo. Podré reír, llorar, sentir, amar, compartir mis pensamientos con los que me rodean. Podré, en definitiva, ser feliz.


Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, och…
 
 
-Bueno, la intervención ha sido un éxito. Las constantes vitales se han estabilizado y son correctas. Pronto abrirá los ojos. A ver cómo responde.

-¿Cuánto tiempo cree que va a necesitar para que el nuevo cerebro empiece a dictar órdenes a su cuerpo, Dr. Hoffman?

-Es demasiado pronto para saberlo Dra. Chapman. Debemos esperar a que el cerebro que le acabamos de implantar se adapte correctamente al receptáculo de titanio y a las conexiones neuronales poliméricas y que estos materiales experimenten la misma buena biointegración que han demostrado en los estudios in vitro


-Sin duda será un proceso largo. ¿Un mes quizá?

-Yo diría que más, pues las fibras nerviosas de poliéster que hemos acoplado a sus órganos y extremidades requerirán un largo periodo de fusión. Iremos observando la evolución poco a poco.

-Claro, claro, esperemos que todo se desarrolle correctamente. Ya veo los titulares de los periódicos: trasplantado con éxito un cerebro humano a un androide. Será, su  duda, la noticia del siglo.

-Lo crea o no, Dra. Chapman, ahora lo que más me preocupa es el futuro comportamiento nuestro querido Gorky; él, que, en sus delirios, ya se consideraba humano. Espero no pasar a la historia por haber creado un monstruo.

 
  

viernes, 20 de diciembre de 2013

Un cuento de Navidad


Para María es la primera Navidad que pasará sola pues ya no tiene a nadie que le haga compañía estos días tan entrañables.

Hace ya dos años que Mario, su marido durante de más de cuarenta años, la dejó tras una larga enfermedad y hace tan sólo unas semanas que Luna, su vieja Dálmata, ha tenido que ser sacrificada.

Hoy más que nunca echa de menos a Salvador. Hace más de una década que no tiene noticias suyas, desde aquel día que salió por la puerta, decidido a no volver.

Si pudiera volver atrás, María haría cualquier cosa por retenerle o, al menos, por tenerle cerca, por saber de él, pero después de tantos años ya ha perdido toda esperanza. Su hijo, su único hijo, ha desaparecido para siempre de su vida.

Tiene a Rosalía, de asuntos sociales, que viene a verla de vez en cuando y a Ana, la chica voluntaria que cada día pasa con ella dos o tres horas para hacerle compañía y la compra. Y bueno, alguna que otra vecina, como la buena de Sagrario, que también se interesa por ella. Así que no está sola del todo, al menos tiene a alguien por si le ocurre algo, aparte de ese chisme colgado del cuello para avisar no recuerda exactamente a quien en caso de una urgencia.

A pesar de todo ello, María se siente muy sola. La televisión, los álbumes de fotos y la lectura son toda su distracción. Pero su biblioteca es muy exigua. Tiene que releer las mismas novelas una y otra vez, pero no le importa.

Esta noche volverá a leer Un Cuento de Navidad, todo un clásico. Siempre le ha gustado Charles Dickens y esta obra fue, de niña, su primera lectura y, además, ¿qué otra lectura podría ser más apropiada para estas fechas?

Hoy, la primera Nochebuena que va a pasar sola, pues no ha aceptado la amable invitación de su vecina Sagrario -bastante ajetreo va a tener la pobre esta noche-, leerá, una vez más, la historia del miserable y tacaño Scrooge.

Mientras lee, al dar las doce, no puede evitar rememorar cuando, con Mario y un Salvador de siete u ocho años, iban a la Misa del Gallo en la parroquia del barrio. ¡Cuánto ha llovido desde entonces y qué felices eran! Y justo cuando un suspiro de resignación se le escapa de los labios, suena el timbre de la puerta.

¿Quién podrá ser a esas horas y en Nochebuena? Sagrario, tal vez, que viene a interesarse por ella o a traerle un pedacito de turrón, piensa María. Se levanta quejumbrosa para ir a abrir la puerta pero esa maldita artrosis hace que el trayecto le resulte doloroso e interminable. El timbre sigue sonando, y cuando va a exclamar “ya va, ya va”, oye una voz de hombre que dice, al otro lado de la puerta, muy bajito: “María, ¿estás ahí?, abre, soy yo”.

¿Mario? No puede ser. No es posible, no se lo puede creer. El corazón parece que se le va a salir del pecho y al abrir la puerta, temblorosa, contempla la figura de su marido que le sonríe con dulzura. ¡Es Mario! ¡Es un milagro!

Mario, sin moverse del umbral, le dice que ha venido para que sepa que está bien aunque sigue atormentado por la incomprensión con la que trató en vida a su hijo y lamenta no haberse reconciliado con él a tiempo. Pero añade que todo no está perdido pues allí arriba le han concedido un deseo, ese por el que tanto ha rezado María: que ella, víctima inocente de la discordia entre padre e hijo, que tanto ha sufrido por la ausencia de éste, podrá, por fin, ver satisfecho lo que tanto anhela. Le comunica que Salvador está al llegar y que, después de tantos años de separación, podrá abrazarlo nuevamente.

Ahora que Mario ha cumplido con su misión, debe volver. María quiere retenerle, quiere que se quede un poco más pero una fuerza superior tira de él y ella no puede resistirse a dejarlo marchar.

Tantas emociones han agotado el frágil cuerpo de María, que se siente desfallecer. Que descanses, amor mío, y que seas feliz, es lo último que oye antes de quedarse dormida en el sillón pensando que mañana se lo contará a Sagrario, y luego a Rosalía, y a Ana, y a todo el vecindario.

Pero cuando se despierta, por la mañana, y recuerda lo sucedido, tiene serias dudas de que haya sido real.  Habrá sido su imaginación que le ha gastado una broma pesada. ¿Una aparición? ¡Qué tontería! Ella nunca ha creído en ese tipo de cosas aunque daría cualquier cosa para que pudiera ser cierto. Habrá sido un sueño, eso es lo que ha sido. Se está haciendo vieja y ya no distingue la realidad de la fantasía.

Desilusionada y triste, se levanta, y cuando se dirige a la cocina para prepararse el desayuno, ve que por debajo de la puerta del recibidor asoma un sobre. ¡Qué raro!, piensa María. ¿Quién habrá echado ese sobre el día de Navidad?

Cuando lo abre, ve que se trata de una carta escrita a mano, una carta firmada por Santiago que les dice que les quiere, que les extraña mucho, que vuelve a España tras muchos años de ausencia, que quiere verlos, que desea reconciliarse con ellos y volver a ser parte de esa familia que lo ha sido todo para él. Cuenta que se casó y que quiere que conozcan a su mujer y su hijito. ¡Un nieto! Les promete que antes de que acabe el año irán a verles y celebrarán juntos la Nochevieja, el Año Nuevo y el día de Reyes.

Por fin, el sueño de María se ha hecho realidad. Volverán a estar juntos y no volverán a separarse. Harán planes de futuro, un futuro que para ella será seguramente muy breve pero que se le antoja el mejor que nunca haya podido imaginar.

A María, que todavía no entiende cómo ha podido suceder ese milagro, le resbalan las lágrimas por las mejillas al pensar que volverá a abrazar a su hijo y que conocerá a su nuera y a su nieto. A María sólo le entristece una cosa: la desilusión y tristeza de Santiago cuando le diga que su padre ya no está para abrazarle.

Esa noche, la noche de ese día de Navidad que nunca olvidará, María sale al balcón y, mirando al cielo, claro y brillante como hacía años que no veía, ve en lo más alto una estrella fugaz y, cerrando los ojos, formula un deseo. Desea que Mario, esté donde esté, pueda verles reunidos y felices.

Mientras tanto, en la mesa-camilla que hay junto a la estufa, descansa ese sobre milagroso que le ha cambiado el semblante y la vida a María, un sobre que -María no ha reparado en ello- no lleva sello y cuya carta todavía está por fechar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
 

 

viernes, 13 de diciembre de 2013

Viernes 13



Nunca había sido supersticioso, tanto me daba un día, un número o un color como otro cualquiera, hasta que esta mañana, me ha ocurrido algo que no puedo interpretar como casual.

Para empezar, me he despertado más tarde de la cuenta al no haber sonado la alarma del móvil pues éste se ha quedado sin batería; por lo visto, no me acordé de ponerlo a cargar antes de acostarme, como siempre hago. Esto, por sí solo, no sería alarmante ni indicativo de mala suerte si no fuera porque ha sido el desencadenante de todo lo demás.

He tenido que ducharme con agua fría, pues no ha habido forma de que saliera ni una maldita gota caliente, ni siquiera templada y no he podido perder ni un minuto más para intentar solucionarlo. Demasiado tarde para entretenerme con esa minucia. Luego, con las prisas, me he puesto los calcetines de distinto color, aunque me he percatado a tiempo, casualmente, al volver a mi habitación para cambiarme de camisa, la que me he manchado con el café con leche. Todo por culpa de los nervios. Llegaba tarde a la reunión.

Por si fuera poco, no sé que le ocurría al ascensor que tardaba una barbaridad para llegar hasta mi planta, la 13 –para este edificio no hay superstición que valga-, y he tenido que bajar corriendo por las escaleras, torciéndome por ello un tobillo al dar un traspié, me he caído y se me ha abierto el maletín desparramándose toda la documentación por el descansillo que, por cierto, ha quedado hecha un asco.

Cuando, por fin, cojeando y maldiciendo mi mala fortuna, he llegado al vestíbulo, no he visto el dichoso letrerito amarillo avisando de que el suelo estaba mojado y he pegado un resbalón que por puro milagro no me he roto el espinazo.

Pero todavía faltaba la traca final pues, corriendo, cojeando y con el culo dolorido por el trompazo, al ir a cruzar la calle, un taxi ha salido de la nada, me ha embestido y me ha lanzado por los aires sin darme tiempo a entender lo que estaba ocurriendo.

Y aquí estoy, arropado con vendajes y escayolas, tumbado en una cama de la habitación 1313 del Saint Thomas Hospital.

Y es que, cada vez que vengo a Londres, nunca me acuerdo de que, para cruzar la calle, hay que mirar a la derecha.

Supongo que alguien llamará al Lucky Friday Hotel para decirles que estaré unos días sin aparecer. Mala suerte la mía.

jueves, 5 de diciembre de 2013

El balneario


Para Sergio, la vida se había vaciado de contenido y de sentido y ya no sabía qué hacer. Desde que Bibiana le dejó, no se sentía con ánimos ni de salir a la calle. Había sido una pérdida tan dolorosa que creía que no lo superaría. Por mucho que los amigos le insistieran, no estaba de humor para salir a tomar una copa y mucho menos para conocer a otras mujeres. Todo era muy reciente todavía. Aunque su terapeuta le había aconsejado la baja laboral, él había optado por tomarse esas vacaciones que la empresa le debía y darse así un tiempo para serenarse y levantar cabeza.

Justamente, unos días antes había recibido por correo un folleto publicitario de un nuevo balneario de alto standing y allí se dirigiría sin más dilación desoyendo los consejos de sus amigos. El encierro, porque de eso se trataba, podía tener incluso malas consecuencias para su salud mental, le decían. Lo que necesitaba era salir, distraerse e intentar rehacer su vida pues todavía era muy joven para quedarse en casa llorando la trágica pérdida.

El balneario estaba en plena montaña y lo que Sergio necesitaba era tranquilidad para serenarse, reflexionar y encontrar esa paz y fuerza interior que le ayudara a renacer de sus cenizas. Y allí se fue con la intención de borrar de su mente la imagen de Bibiana en el depósito de cadáveres después de que la hallaran muerta esa noche en el parque cercano a su casa, esa horrible imagen recurrente contra la que no podía luchar.

El balneario resultó como esperaba y fiel a la descripción que de él se hacía en el folleto. Las instalaciones eran magníficas y el paisaje inmejorable. Buenos alimentos, aire puro, paseos en plena naturaleza y un tratamiento anti-estrés lo dejarían como nuevo, física y anímicamente.

Se apuntó a todo tipo de tratamientos y actividades relajantes y le asignaron a Silvia, quien sería, durante toda su estancia allí, su monitora personal.

Conocer a Silvia fue para Sergio como una aparición. No lo podía creer. Era clavada a Bibiana, su doble. Tenía los mismos ojos, los mismos labios, el mismo pelo, la misma estatura y complexión, su forma de moverse, de sonreír, de hablar. ¡Incluso su misma voz!

Tras el shock inicial, Sergio empezó a tratar a Silvia como si se tratara de Bibiana. En más de una ocasión la había llamado por ese nombre, no podía evitarlo. Esa atracción se convirtió al poco tiempo en obsesión, una obsesión enfermiza, que le impulsaba a observarla, seguirla, espiarla a todas horas. Él se decía que se había vuelto a enamorar, que había vuelto a encontrar a su media naranja, a su nuevo amor, el único capaz de hacerle olvidar a Bibiana y se aplicó aquello de que un clavo saca otro clavo, y más si son idénticos.

Silvia, por su parte, se sentía agobiada y cada vez más incómoda ante el trato que Sergio le dispensaba, rayando el acoso. Empezó a temerle y decidió solicitar a su superior que le asignara otro cliente.

Cuando le comunicaron el cambio, Sergio se sintió abandonado, engañado, traicionado. De nuevo. Volvía a ocurrir. Otra vez se sentía ultrajado. Otra vez le abandonaban por otro. Silvia era como Bibiana, por eso se comportaba igual y por eso tendría que hacerle lo que le hizo a ella. Sí, acabaría con ella como con la zorra de Bibiana. Esa noche, esa misma noche. Cuando se dispusiera a marcharse, la abordaría en el jardín, al amparo de la oscuridad. Sólo tenía que repetir lo que le hizo a Bibiana cuando la atacó en el parque. Sus manos eran grandes y fuertes. Luego, sólo tendría que desempeñar el papel del cliente afligido. Ese papel se lo sabía muy bien pues no habían pasado ni dos años desde que tuvo que asumir el de marido desconsolado.

 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Esperando a Cris


Ya ha oscurecido y sigo esperando. Me dijo que vendría a las ocho y sigue sin aparecer. Creía que no aceptaría, después de tantos años y después de cómo acabó nuestra historia. Pero aceptó, aceptó la cita y mis disculpas. Y se lo agradezco pues me porté muy mal con ella pero entonces no pude explicárselo como se merecía pero ha llegado el momento de hacerlo. Hoy soy libre para hablar claro y contarle toda la verdad.

Tuve que desaparecer sin dejar rastro, sólo dejé tras de mí aquella nota tan anodina que no decía lo que realmente hubiera debido decirle. Hoy es la ocasión para estar en paz con ella y conmigo mismo, para sentirme un hombre nuevo. Hoy se lo contaré todo y espero que me comprenda y sepa perdonarme.

Creo que vendrá, pues tras la sorpresa que se ha llevado al saberme  aquí de nuevo después de tanto tiempo, ha parecido estar interesada en escucharme.

Por fin. Creo que ahí viene. Sí, es ella, no hay duda. Por mucho tiempo que haya pasado, sigue andando de ese modo tan sensual y tan decidido.

Sólo con ver su silueta en las sombras, me ha dado un vuelco el corazón. Nunca había estado tan nervioso. Me sudan las palmas de las manos. Me las secaré antes de estrechar las suyas. ¿Le doy la mano? ¿La beso en la mejilla, quizá? No, mejor no, no quisiera ver un ademán de rechazo por su parte. Bueno, haré según vea.

Ahora ha salido del cobijo de las sombras y me ha visto pues parece haber acelerado el paso directamente hacia mí. ¿Por qué irá tan tapada si no hace apenas frío? Ese fular que le cubre la boca lo reconozco, se lo regalé yo. Ese sombrero que apenas le deja ver la cara y ese abrigo de solapas anchas, son los que se puso para la última cena de Navidad, poco antes de irme. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¿Por qué se habrá vestido tan elegante? ¿Será como recuerdo de los viejos tiempos? Lo que no entiendo es lo de las gafas de sol… a las nueve casi.

A Roberto no le da tiempo a comprender lo que ocurre pues tan pronto se pone de pie y se acerca a Cris para saludarla, ésta saca algo del bolso y, mirándole a la cara, le sonríe con una sonrisa extraña que nunca antes le había visto. Luego, un sonido sordo, un fogonazo y el más absoluto de los silencios.

 

viernes, 29 de noviembre de 2013

Un viaje a Filipinas



Nunca hubiera podido imaginar que me metería en una aventura como ésta. ¡Quién me iba a decir a mí, hace tan sólo unos meses, que lo dejaría todo para venir hasta aquí! ¡Maldito el día en que acepté! Una decisión que me ha cambiado la vida, si es que no acaba con ella.

Me he quedado solo. He de salir de aquí como sea. Espero poder llegar al campamento base antes de que sea demasiado tarde. No tengo mucho tiempo. Me siento extraño, mareado, y me duele todo el cuerpo. ¿Qué me está pasando? Será la angustia de sentirme atrapado.

Se acercan. Los siento correr por las galerías. Ese sonido inconfundible de sus pasos, rápidos y sigilosos a la vez. Será mejor que me quede quieto, paralizado, hasta que se hayan alejado. Ya he tenido mucha suerte de escapar vivo de su emboscada, no es cuestión de que me vuelvan a atacar. Espero que aquí no me encuentren. ¿A quién se le ocurriría buscar precisamente donde tienen su nido? Pero debo abandonar este refugio antes de que vuelvan.

¿Por qué me dejaría convencer? Aun recuerdo aquellas palabras: “Se está organizando una expedición a Filipinas para estudiar una especie gigante de murciélago zorro-volador que se ha descubierto en una de sus selvas. ¡Venga, anímate y ven con nosotros!”

Comentaron que quienes lo habían visto decían que podía resultar un poco estremecedor. ¿Estremecedor? Se quedaron cortos; pero lo que nadie sabía era que esta criatura es mucho más que una especie mutante, es un monstruo.

Parece que ya no están. No se oye nada. No veo nada. Me moveré muy despacio, a tientas, hasta alcanzar la salida de esta cueva y luego sólo tendré que seguir por los pasadizos en sentido contrario al aire que fluye por ellos y entra desde el exterior. Si no recuerdo mal, la salida no debe estar muy lejos. Pero ¿y si se esconden al amparo de la oscuridad para atacarme? Tendré que arriesgarme, no tengo otra alternativa.

De momento todo está tranquilo, todo marcha bien. Me cuesta andar y me duelen las articulaciones pero eso debe ser por haber estado tanto tiempo en esa posición inhumana. Me ha parecido que algo se movía y me observaba pero deben haber sido figuraciones mías. Ya debo estar cerca, veo un poco de claridad. Debe ser de día y eso es bueno pues esas bestias rehúyen la luz, les ciega y no podrán salir al exterior. Un poco más y ya estaré fuera.

¡Por fin!

Pero… ¿qué… qué me ocurre? ¿Qué está sucediendo? No puedo ver nada, la luz me hiere. Pero ¿qué ha sido de mis manos?, ¿y de mis brazos? ¿Qué son estas membranas que recubren mi cuerpo?

Dios mío, ¡nooooooo!!!!!!

martes, 26 de noviembre de 2013

Proyectos vanos




Podía haber hecho el viaje en tren pero siempre le había gustado conducir. Además, con esta última adquisición, conducir era más que un placer y total ¿qué eran cinco horas al volante para alguien, como él, que había recorrido casi toda Europa por carretera?

Qué suavidad, qué estabilidad, qué agarre, y eso que la carretera era francamente mala. Era una comarcal muy poco concurrida pero el paisaje valía la pena. Por autopista no hubiera sido lo mismo, no tenía gracia. Así, de paso, disfrutaba de esa máquina y de ese paisaje tan salvaje, con el mar como telón de fondo. No conocía muy bien el camino pero para eso estaba el GPS, bendita tecnología.

Mientras conducía su flamante Aston Martin 6.0 12 válvulas y 558 CV, con la música como única compañera de viaje, iba pensando en ese encuentro tanto tiempo esperado, esa cita que, con toda seguridad, haría realidad esos proyectos que le convertirían en un hombre todavía más rico, más famoso y más codiciado. Sus futuros socios eran duros de pelar pero lo tenía todo tan bien planificado que nada podía fallar.

Sólo una voz se interpuso en su ensueño, lejana pero nítida: “A cien metros gire a la derecha, a cincuenta metros gire a la derecha, gire a la derecha”.

Lo último que vio fue unas rocas salpicadas de espuma y bañadas por un mar profundo y oscuro que lo engulliría en cuestión de segundos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Las puertas V: Incertidumbre


Tres cosas son las que Marcos no sabe: que Williams Delsey, el autor de Las puertas a lo desconocido, es un fraude y sus teorías una pura invención, que las coincidencias existen y los números no siempre encierran un enigma y, lo más importante de todo, que su padre también tiene un plan. Y es que las ansias por recuperar a las dos personas que más ama en el mundo han hecho de Marcos un chico excesivamente crédulo y que, como todo aquél que se siente perdido ante la adversidad más angustiosa, se agarra a un clavo ardiendo. En lo único que no anda errado es en que en las puertas y los espejos está la clave de lo ocurrido.


Marcos lleva ya algún tiempo con la cuenta atrás, tachando los días del calendario de pared en cuya última página ha marcado con rotulador rojo una fecha: el viernes 13 de Diciembre. Así que le quedan todavía tres semanas para la gran noche, la noche del reencuentro.

Mientras tanto, las puertas y los espejos se han convertido en el objeto de sus esperanzas y a la vez de sus temores. No puede evitar mirar de reojo todas las puertas con las que se cruza ni mirarse en los espejos de la casa de sus abuelos sin sentir un cierto escalofrío al pensar que quizá, en ese mismo instante y lugar, sus padres le están observando desde el otro lado.

En más de una ocasión, sus abuelos le han sorprendido hablando solo frente a un espejo, algo que achacan a algún trastorno psicológico por el trauma sufrido. Han consultado al bueno del doctor Puigcorbé pero éste les ha asegurado que no tienen por qué preocuparse, que sólo es cuestión de tiempo, que los niños superan los traumas con más facilidad que los adultos. Pero, claro, Marcos ya no es un niño y han pasado ya dos años desde la última experiencia.

Últimamente, Marcos duerme mal, sobresaltándose por cualquier cosa, un crujido, un trueno, el sonido de la lluvia o incluso el ladrido de un perro. Sus ojeras tienen preocupados a sus abuelos que ven, impotentes, cómo el chico no se recupera aunque les diga que se encuentra bien. Pero lo que más les intriga es lo que suele responder cuando se preocupan por su salud: “dentro de poco todo cambiará, no os preocupéis”. Y después de esto, se cierra en banda y ya no vuelve a abrir la boca.

Hoy se ha acostado tarde. Deben haber pasado dos o tres horas y todavía no puede dormir. La casa está en silencio, un silencio que nunca antes había percibido. Ni siquiera el viejo reloj de pared del pasillo, esa joya de familia, hace la menor señal de funcionar y ahora se da cuenta, extrañado, que no ha tocado ni los cuartos ni las horas. Y de repente cree oír algo, una voz, un susurro más bien. Se incorpora y, sentado en la cama, escucha con atención. Es una voz, desconocida y metálica, que parece decir: ma… cos, maaacos, maaarcos. ¡Marcos!, ¡dice su nombre! Y esa voz, o lo que sea, procede de la puerta.
 
 

Se levanta con sigilo para no despertar a sus abuelos que duermen en la habitación contigua. Se acerca a la puerta, intenta abrirla pero no puede y entonces ve, de soslayo, que del espejo que hizo instalar junto a su escritorio sale un tenue resplandor y que es de él de donde procede esa voz tenue y lejana. Cuando contempla su imagen reflejada en el espejo, ésta se hace borrosa y va adoptando formas extrañas hasta que aparece una nueva imagen, poco nítida, confusa. Marcos, instintivamente, se acerca para ver mejor de qué se trata y cuando su cara está a un palmo de la superficie bruñida, la imagen que ésta le devuelve, ahora mucho más diáfana, es la del salón de la casa de la montaña y la voz, también mucho más clara, sigue llamándolo: Marcos, Marcos, Marcos.

De repente, algo le atrae, le empuja hacia el espejo, sus pies resbalan por el parqué, siente como si unas manos fuertes y enormes le empujaran contra su voluntad. Marcos comprende que el esperado momento ha llegado aunque mucho antes y de un modo distinto a como lo tenía previsto. Entonces le asaltan las dudas y los temores. ¿Lo que está sucediendo es lo que cree? ¿Cómo es que está sucediendo si todavía no es el momento? ¿Y si no es lo que esperaba? ¿Y si no son sus padres quienes le están llamando? ¿Y si no vuelve? ¿Y si…? Pero ya es tarde para tantas preguntas.

Tienen que ser sus padres, claro que sí, quiénes sino, se tranquiliza. Le están llamando, reclamando su atención. No se lo piensa más y cede a esa presión cada vez mayor que le empuja hacia el espejo cuando recuerda que no ha dejado la nota para sus abuelos. No sabe qué hacer, si dejarse llevar y dejar a sus abuelos en la más absoluta desesperación o intentar, con todas sus fuerzas, recuperar la nota que ha mantenido hasta ahora oculta. Justo cuando está pensando en resistirse, la presión cede de inmediato, haciéndole perder el equilibrio, como si le diera un momento de tregua para que pueda cumplir con su deseo. Tras haberla recuperado, lanza la nota apresuradamente sobre la colcha revuelta y entonces esa fuerza vuelve a aparecer con más ímpetu, si cabe, para lanzarlo violentamente contra el espejo.

Durante unos segundos, que se le hacen eternos, tiene la sensación de estar volando a través del tiempo y del espacio y multitud de imágenes, que a su cerebro le resulta imposible procesar, se proyectan en su retina, hasta que se siente desvanecer.

 


 
No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando se recupera, poco a poco, del tremendo impacto que lo ha dejado inconsciente. Cuando acomoda la vista a la semioscuridad, comprueba que está tumbado en el suelo del salón de la casa de montaña de sus padres, donde también reina el más absoluto de los silencios.

Marcos oye, sin embargo, que ese silencio sepulcral se rompe, de vez en cuando, por efecto de unos golpes que suenan lejanos, como si alguien llamara con los nudillos, unos golpecitos rítmicos que parecen proceder del piso de arriba. La luz no funciona o está desconectada así que sube a oscuras y a medida que avanza esos golpes se oyen cada vez más cercanos.

Los golpes le llevan hasta la habitación de su padre, aquélla en la que desapareció. Cuando empuña el pomo de la puerta, ésta se abre sin la menor resistencia. Marcos ya sabe que el siguiente paso es ir hacia el baño, y cuando se halla frente a su puerta, comprueba que es allí de donde proceden esos golpes que ahora suenan con mayor intensidad. Por debajo de la puerta se escapa un haz de luz que sube y baja de intensidad a la vez que continúan esos rítmicos golpes. Ya ha llegado el momento crucial tanto tiempo esperado, ahora ya no puede volverse atrás, sólo le queda dar el último paso. La puerta parece vibrar, como si estuviera esperando que alguien la abriera. Y Marcos la abre sin dificultad.

Entra en el baño tropezando con sus propios pies, con la respiración agitada y el corazón latiéndole a doscientas pulsaciones por minuto, por lo que no tiene tiempo de ver con claridad qué es lo que está ocurriendo dentro de esas cuatro paredes que parecen temblar por efecto de un seísmo. La luz parpadea a un ritmo frenético, todo vibra con una frecuencia endemoniada, el golpeteo que antes parecía rítmico y suave, ahora es constante, rápido y ensordecedor. Marcos casi no se sostiene en pie pues parece más bien que esté plantado sobre una superficie giratoria. Todo da vueltas a su alrededor, el ruido es cada vez más ensordecedor y parece que le va a estallar la cabeza. Y de pronto, es como si una gran explosión lo hubiera lanzado por los aires y un torbellino lo estuviera succionando. No ve nada, todo se ha vuelto oscuro y, de pronto, algo le golpea fuertemente en la cabeza y pierde el sentido.
 
 

Cuando vuelve en sí, los acufenos le taladran los oídos, le duele la cabeza y le cuesta respirar. Luego, nuevamente el silencio.

Cuando se incorpora, aun un poco mareado, intentando orientarse, ve que está en una amplia estancia en la que casi no hay luz. Hace mucho frio. Llama a sus padres y sólo le responde el eco de su voz. Insiste una y otra vez y nada. No hay nadie, está completamente solo. De repente, percibe una presencia, una respiración pausada y profunda y se gira, asustado y expectante. Pero lo único que ve a sus espaldas, a lo lejos, es un túnel, un túnel como el que ha visto en sueños muchas veces. Sabe que ese es el camino que debe tomar. Y emprende la marcha hacia ese largo y oscuro corredor que parece como si le llamara, como si le pidiera que fuera. Y va.
 
 

A medida que se interna en ese largo y angosto túnel, comprueba que ya no está solo, vislumbra unas sombras, unas siluetas humanas andantes que pasan junto a él sin prestarle atención, como almas en pena, como zombis, como atraídos por una llamada muda. ¿Quiénes serán? ¿Adónde irán? ¿Será todo un maldito sueño?, piensa. Y cuando más confiado se siente, algo bajo sus pies le engulle y cae de repente en un pozo y mientras va cayendo, a una velocidad vertiginosa, la voz que antes le llamaba, ahora le grita, grita su nombre pero ahora la reconoce, es la voz de su padre. Papá, papá, ¿dónde estás?, grita a su vez. Y cuando cree que va a acabar perdido en un abismo sin fin, una mano fuerte, rotunda, lo agarra y tira de él con fuerza, dolorosamente, hasta el punto que parece que le va a arrancar el brazo.
 
 

Como si de un ancla se tratara, Marcos queda suspendido de ese brazo salvador que le rescata y le salva de perderse en el vació infinito del más allá, y al levantar la vista para ver quién es su salvador, ve la cara sonriente de su padre que, flotando, se lo lleva a una zona segura donde se tienden, derrotados por el tremendo esfuerzo y la tensión acumulada, al amparo de todo peligro. Y entonces, Alberto empieza su relato.

-Mamá es un ser especial. Aunque nunca ha querido admitirlo, tiene grandes cualidades paranormales. Su fobia por las puertas cerradas se debía a que creía que los espíritus se concentraban en los espacios cerrados o que en ellos poseían un mayor poder.

Alberto le cuenta a su hijo cómo, en su periplo en busca de Rosa, ha podido averiguar cosas que nunca hubiera creído factibles.

-Al parecer, mamá no andaba muy equivocada. Lo que no sabía era que los espejos tienen la capacidad de capturar las almas, especialmente si éstas están atormentadas o bien ocupan un cuerpo enfermo. Aunque mamá no estaba enferma, su terrible ansiedad y el tormento de verse encerrada durante horas en nuestra habitación, actuó de efecto llamada.

Y así, Alberto le refiere a su hijo cómo sucedió aquello que siempre quisieron saber. Le cuenta que Rosa, tras desvestirse, intentando demorar al máximo el momento de acostarse, fue al baño y se miró, angustiada, al espejo preguntándose si sería capaz de resistir esa terrible prueba. Y entonces fue cuando sucedió.

-Los espejos son unos portales a otras dimensiones. Los espíritus acumuladores de energía negativa atraviesan con frecuencia esos portales en busca de energía positiva debilitada de la que alimentarse y mamá fue la fuente de energía que buscaban. Una vez capturada, el único modo que vio de liberarse fue atrayendo una energía positiva del exterior, y por eso me atrajo a mí, para que la ayudara a escapar de esa red energética en la que se encuentra atrapada.

-¿Y cómo sabes tú lo que le ocurrió? –le pregunta Marcos intrigado.
-Pues porque me lo ha contado ella –le responde su padre.
-¿Mamá? ¿Has visto a mamá? ¿Y has hablado con ella? ¿Cómo? ¿Y por qué no está aquí? ¿Está bien? –le pregunta su hijo atropelladamente, con los ojos como platos, sin apenas darle tiempo a contestar.
-Tranquilo hijo. Mamá está bien dentro de lo que cabe. Anduvo un tiempo perdida, vagando por este lado oscuro hasta que la atraparon y la encerraron donde ahora la tienen retenida. Podemos hablar con ella con la mente pero nada más. Pero la rescataremos, ya lo verás.
-Pero, ¿qué podemos hacer?, ¿quién la tiene retenida?, ¿dónde está?

Y Alberto, le cuenta su plan, que no sabe si funcionará pero que no hay más remedio que probar si no quieren quedarse ahí para siempre y separados de Rosa.

Si quieren recuperar a Rosa, tienen que unir sus fuerzas o, mejor dicho, sus energías, pues la de Alberto sola no parece suficiente. Por eso necesita a Marcos y por eso le ha hecho venir, arriesgándose a perderle a él también en el intento.

El plan es arriesgado pero hay que intentarlo. Alberto ha tenido tiempo más que suficiente (dos años en el mundo material, según le dice Marcos) para conocer ese submundo y pergeñar un plan de rescate. Y tras contarle a su hijo lo que lleva tanto tiempo planeando, se ponen manos a la obra.

Lo más difícil será evitar a las fuerzas que la tienen cautiva pero Alberto sabe lo que tiene que hacer. Gracias a las enseñanzas del “Maestro” o “guía espiritual” que ha hallado en su deambular por ese lado desconocido, Alberto sabe ahora cómo burlar a los “guardianes de la energía negativa”.
 
 

Ahora sabe que el mal se mantiene gracias a toda la energía que roba a los espíritus puros de corazón, o almas buenas, como el Maestro les llama, pero cuya energía positiva flaquea. “Es por eso que cada vez hay en el mundo menos energía positiva y domina el mal”, le ha dicho. Afortunadamente para Alberto, la conversión de la energía positiva en negativa tiene una evolución muy lenta, lo que le da tiempo para evitar que Rosa acabe sucumbiendo a ese proceso.

Si Alberto se ha mantenido a salvo de ser atrapado es porque, atraído por la llamada de auxilio de Rosa, entró por una puerta secundaria sin ser detectado por los guardianes. Así, ha podido ver cómo éstos mantienen a las almas cautivas dentro de una inmensa bolsa donde se produce esa perversa conversión bajo la protección de los centinelas. El modo de acercarse y burlar la vigilancia es realmente incierto, como lo son las probabilidades de éxito.

-Al parecer, la energía negativa es silenciosa, pasa desapercibida –le explica a su hijo-, así que deberemos comportarnos como si estuviéramos exentos de energía, vacíos, como si fuéramos cuerpos sin alma, y así nos podremos acercar hasta donde tienen retenida a toda esa energía positiva que han ido capturando, a todas esas pobres almas cautivas, y a mamá.

Es algo que requiere un tremendo esfuerzo pues, según ha dicho el Maestro, para conseguir ese vacío energético hay que anular todo tipo de sentimientos humanos, algo que resulta extraordinariamente difícil para las almas buenas.

-Una vez estemos junto a esa gran bolsa, con sólo activar nuevamente nuestra energía, volver a ser humanos, aquélla se debilitará y explotará en mil pedazos, liberando su contenido. Así que debemos ser cautelosos y rezar para que todo salga bien –le dice a su hijo-, de lo contrario, todo habrá sido inútil.

-¿Y cómo la encontraremos entre tantas almas? –le pregunta Marcos.
-Ella nos encontrará a nosotros, no te preocupes –le contesta.

Marcos tiene una fe ciega en su padre pero éste, en cambio, tiene serias dudas sobre el éxito del plan aunque intenta aparentar ante su hijo todo lo contrario. No está seguro de que sean capaces de lograrlo pues él nunca ha sido especialmente fuerte y valiente y Marcos es sólo un niño.

-Tu hijo tiene mucha energía positiva, como su madre, y tú tienes más de lo que crees; ten fe y lo lograréis, pues la fe y el amor lo pueden todo –le ha dicho el Maestro.

Y padre e hijo, cogidos fuertemente de la mano, se adentran, con paso decidido, en la oscuridad de ese submundo hostil, para lograr lo que tanto ansían: el reencuentro.


 
 
Ese día, un día que ha sido borrado del calendario del lado oscuro, una gran explosión se produjo en el cosmos, que dicen haberse oído a lo largo y ancho de todo el planeta, una explosión que nadie supo explicar y que dejó, por unos instantes, millones de luces dispersadas por el cielo, como si de miles de fuegos artificiales se tratara, liberando una enorme cantidad de energía.



Desde ese día, los abuelos de Marcos no dejan de leer, una y otra vez, con lágrimas en los ojos, esa nota que les dejó su nieto, una nota de esperanza y una promesa que no se ha llegado a hacer realidad. Aun hoy, se preguntan qué ha sido de Marcos, de Alberto y de Rosa.

Lo que no saben, pero algún día sabrán, es que desde ese día, las tres personas a las que más han querido y siguen queriendo en este mundo, son felices no muy lejos de donde ellos están.

Desde ese día, una nueva estrella brilla en el firmamento.


 

 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las puertas IV: Marcos

Tras la desaparición de Alberto, ahora es Marcos quien quiere saber


Ni todo el amor que le prodigan sus abuelos ni todos los caprichos que le dan, logra alejarle de sus recurrentes pensamientos. Han transcurrido ya dos años desde aquel fatídico cumpleaños y su obsesión, lejos de menguar, va en aumento. Aunque todos aquellos que conocen la verdad se comportan como si nada hubiera ocurrido, Marcos no se conforma y sigue convencido de que tiene que haber una explicación y no cesa en su empeño para dar con ella.

Marcos ya tiene ocho años pero parece mayor, es muy inteligente para su edad y en muchas cosas se comporta como un adulto. Pero lo que nadie sabe es que ha desarrollado una sensibilidad especial por todo lo extrasensorial, diríase que es casi todo un experto en lo paranormal y ello es debido, sin duda, a lo ocurrido. Si esas experiencias han dejado a los suyos emocionalmente anulados, a él le han infundido una fuerza especial y no hay día que no dedique unas horas, por la noche, al amparo de ojos indiscretos, a la lectura de esos libros que tanto le interesan y que ha comprado a espaldas de sus abuelos.

Noticias del más allá, Experiencias paranormales, Diario de un vidente, La dimensión desconocida, Vida después de la vida y otros muchos libros, unos más rigurosos que otros, han sido sus lecturas habituales. Pero es el último libro, Las puertas a lo desconocido, el que realmente le ha apasionado pues parece como si, en uno de sus capítulos, describiera lo sucedido a sus padres. Pero lo más apasionante de todo es que es una iniciación a lo esotérico y una invitación a vivir fenómenos hasta ahora desconocidos. Por probar no se pierde nada, piensa Marcos. Y ya ha elegido día y hora para poner su plan en marcha.

Tal como asegura el libro, la repetición de ese tipo de fenómenos significa que están relacionados entre sí, que tienen un vínculo, algo que se repite, bien la fecha, bien el lugar, o algún que otro elemento común, generalmente numérico. Entonces Marcos se da cuenta que, en el caso de sus padres, los dos fenómenos tuvieron lugar el mismo día y aproximadamente a la misma hora. Su madre despareció un viernes 13 de Agosto de 2010 y su padre el 13 de Mayo del siguiente año, también un viernes, y ambos a eso de las doce de la noche. Para que vuelva a repetirse, por lo tanto, tendrá que esperar al próximo viernes 13, que será, ni más ni menos que el 13 de Diciembre de este año. Así pues, a la medianoche de ese día será cuando vaya en busca de sus padres. 13-12-13. Una fecha con doble sentido. No puede fallar, los números están a su favor: el día 13, a las 12, del año 2013.

Según ha leído, es condición sine qua non que se encuentre en una sala con la puerta cerrada, para que se concentre la máxima energía posible, y que haya un espejo cerca pues esa será la vía de acceso. Su madre debió pasar al “otro lado” a través del gran espejo que recubre las puertas del armario del que era su dormitorio y su padre está claro que lo hizo por el espejo del baño de su habitación en la casa de la montaña. Según el libro, es por los espejos por donde los que han traspasado “la frontera” pueden ver a los que permanecen en esta parte y por donde, en casos muy especiales, dependiendo de su nivel de energía, pueden comunicarse con ellos. A su madre algo o alguien la debió atraer pero en el caso de su padre fue ella, de eso está seguro, quién, con esa energía que siempre tuvo, le atrajo rompiendo el espejo en mil pedazos. Pero si lo que quería su madre era llevarse a su padre con ella, ¿por qué no se lo llevó también a él cuando entró en el baño? ¿Le estarán viendo? ¿Sabrán lo que está planeando? ¿Le ayudarán?

Pero esas incógnitas y muchas más están ya muy cerca de ser resueltas. Dentro de un mes, un mes exacto, todas sus dudas y su sufrimiento habrán acabado para siempre. Estará con ellos. De un modo u otro estarán juntos. Lo único que le entristece es pensar que sus abuelos se angustiarán, sufrirán por su desaparición, y ya son muy mayores para soportar tanto dolor pero, si todo sale según lo esperado, sólo será por un tiempo, no sabe cuánto, el tiempo que necesite para traerlos de vuelta.

Quizá deba dejarles una nota, para que así no se angustien tanto. Así pues, coge papel y bolígrafo y escribe:

Queridos abuelos:
Si leéis esto es que he conseguido lo que me proponía: reunirme con papá y mamá. Llevo mucho tiempo preparándolo pero no os he querido decir nada para que no creyerais que me había vuelto loco. La prueba de que no lo estaba es que he desparecido del mismo modo que ellos lo hicieron y es que he encontrado la forma de viajar hacia donde están para así traerlos de vuelta.
No sé cuánto tiempo me llevará pero estad tranquilos, lo conseguiré. Posiblemente deba esperar un próximo viernes 13, no lo sé. No quiero que sufráis. Sólo pensad en la vuelta. Por fin estaremos todos juntos de nuevo y podremos celebrar todos los cumpleaños que nos hemos perdido o que no hemos podido celebrar como es debido.
Os quiere, vuestro nieto,
Marcos

P.D.- Mantened la puerta de mi habitación bien cerrada en todo momento y, sobre todo, no quitéis ese espejo que os pedí que me montarais junto a mi escritorio. Pronto sabréis el motivo. No os puedo decir nada más pero haced lo que os pido, por favor.

Y habiendo escrito esto, guarda la nota a buen recaudo hasta esa medianoche en la que deberá acudir a su cita con el más allá. La espera se hará larga pero aprovechará el tiempo que le queda para perfeccionar el plan pues no puede dejar nada al azar. Si es necesario, volverá a releer el libro tantas veces como sea necesario.

Y pensando en lo que le deparará ese viernes, 13 de Diciembre, Marcos queda profundamente dormido y sueña, sueña que vuela por un túnel largo y oscuro al final del cual una luz cegadora lo atrae irremediablemente y a través de esa tremenda luz oye las voces de sus padres que le llaman por su nombre: Marcos, Marcos.


 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Las puertas III: Alberto

Primero fueron Las puertas, luego Al otro lado. Ahora le corresponde a Alberto contar la historia, una historia que aún no ha acabado.


El sábado, Marcos cumplirá seis años y Alberto no sabe qué regalarle a su hijo por su cumpleaños, un cumpleaños que no será todo lo feliz que debiera por culpa de la ausencia de Rosa. Sin Rosa ya nada es igual. Aunque digan que la vida debe seguir y Alberto se esfuerza porque así lo perciba su hijo, éste no deja de preguntarle, casi a diario, por su madre.

Alberto ya no sabe qué decirle pues la excusa del largo viaje ya no le sirve al niño, que empieza a sospechar que su padre le oculta algo inconfesable. Y nada es peor para Marcos que el hecho de que sus compañeros de colegio le digan, cruel o inocentemente, qué más da, que su madre les ha abandonado para siempre.

Alberto no soporta la idea de no volver a ver a Rosa. Hace tiempo que sus padres le insisten en que se tome unos días de descanso, pues no puede seguir en ese estado depresivo, por el bien del niño y por el suyo propio, y para ello dónde mejor que en su casa del Montseny, esa casa rústica que con tanto mimo restauraron antes de tener a Marcos. La tranquilidad y el aire puro le harán bien. Ellos se harán cargo del niño el tiempo que haga falta. Pero esa casa le trae a Alberto demasiados recuerdos y por eso y porque no puede permitirse el lujo de unas vacaciones, ha ido desoyendo la propuesta. Pero finalmente ha decidido que el próximo fin de semana irá con su hijo y celebrarán allí, de forma íntima, su sexto cumpleaños. Quizá pasar allí cuarenta y ocho horas sea para él una prueba a superar para enfrentarse a sus recuerdos y a sus fantasmas.

El lugar destila paz pero también recuerdos a raudales. El peor momento será, sin duda, por la noche cuando, sólo y terriblemente abatido, tenga que acostarse en esa cama que ahora sólo va a ocupar su agotado cuerpo.

El viernes por la tarde, frente a la puerta de la casa, con la bolsa de viaje en una mano y la llave en la otra, recorre con la mirada el terreno circundante y recuerda la última vez que la vio bajo el sauce, balanceándose en aquel viejo columpio que ya estaba allí cuando compraron esa vieja y destartalada casa, recuerda ese balanceo dulce y sensual que nunca más volverá a presenciar. Una vez dentro, dirige instintivamente la vista hacia la mesita rinconera que hay junto al ventanal que da al jardín, donde sigue estando esa fotografía que le hizo cuando eran novios y que piensa mantener allí como recuerdo de la esposa a la que tanto extraña.

Dos años hace ya de aquel inexplicable suceso, que siguen manteniendo en secreto a los miembros menos allegados de su círculo de amistades pues nadie entendería cómo Rosa pudo desaparecer de la noche a la mañana sin dejar rastro.

Mientras Marcos juega en el jardín, Alberto se sienta junto al ventanal y, con la fotografía de Rosa en las manos, deja vagar sus pensamientos por lugares y momentos más gratos. De pronto, Algo le devuelve al presente, el sonido de una puerta cerrándose en el piso de arriba, un chirrido suave seguido de un leve portazo. Luego, el más absoluto silencio. Quizá se dejó la puertas de su habitación entreabierta cuando subió a dejar la bolsa de viaje y el aire, jugando a filtrarse por las rendijas, ha hecho el resto.

Pero cuando, ya entrada la noche, y tras dar las buenas noches y arropar a su hijo, decide acostarse, comprueba, entre sorprendido y alarmado, que la manilla de la puerta de su dormitorio no cede y que, por muchos esfuerzos que hace, la puerta se resiste a franquearle la entrada que, dicho sea de paso, teme más que a la muerte.

¿Debió ser esa la puerta que oyó rechinar unas horas antes? ¿Cómo pudo haberse atrancado de ese modo? Aun sabiéndolo absurdo, pues no hay nadie más en la casa que él y su hijo, llama con los nudillos y, como no recibe respuesta -¿quién va a contestar?- decide desatrancarla a base de empujones. Pero no necesita mucho empeño pues a la primera embestida, la puerta se abre sin más, como si alguien la hubiera abierto desde dentro al tiempo que él empujaba, lo que hace que pierda el equilibrio y entre trastabillando hasta el mismo centro de la habitación.

Cuando comprueba que no hay nadie, que todo debe haber sido producto de la casualidad, le dice a Marcos que se duerma, que no ocurre nada, que ha tropezado sin querer, se quita los zapatos y se tiende en la amplia y mullida cama para relajarse pues sabe que el sueño tardará en acudir. Todavía vestido, cierra la luz, respira hondo e intenta dejar la mente en blanco. Pero una vez a oscuras y cuando empieza a sentir un peso en los párpados, de puro agotamiento, ocurre algo que, ahora sí, le asusta.

Por la rendija de la puerta del baño sale un haz de luz intensa y oye ruido en su interior, oye cómo corre el agua del lavabo, como si alguien estuviera aseándose. De forma irreflexiva pregunta, casi a gritos, quién hay mientras se incorpora y se acerca lentamente, con cautela. Aplica el oído a la puerta y, como oye un murmullo, decide entrar sin más. Cuando va a empuñar el pomo, éste gira de repente y la puerta se abre tan violentamente que Alberto no puede evitar dar un salto hacia atrás. Con el vello de todo el cuerpo todavía erizado, se arma de valor y entra precipitadamente plantándose frente a la pila, que está vacía y sin trazas de haber contenido ni una gota de agua en mucho tiempo. Antes de que Alberto pueda reaccionar, la puerta del baño se cierra estrepitosamente. Lo único que ahora oye Alberto es cómo su hijo grita a través de la pared preguntándole qué es lo que ocurre.

Y lo que ocurre a continuación es algo que se le antoja irreal: oye su voz, la voz de Rosa. Es ella, sin duda, y le está llamando por su nombre aunque no entiende bien lo que le dice. Se nota una voz angustiada, débil, suplicante. ¿Se estará volviendo loco? ¿De dónde viene esa voz? Agudiza su oído y se percata que procede del espejo. Acerca el oído hasta prácticamente tocar con él el cristal y, de pronto, algo surge del espejo, algo que no ve pero que le empuja violentamente hacia atrás, que hace que pierda el equilibrio y que se golpee la nuca contra la pared. Entonces todo se vuelve borroso, un pitido ensordecedor le perfora el cerebro y siente una sensación de vértigo que le lleva a desplomarse.

Marcos, asustado, corre raudo a la habitación de su padre para ver qué ha ocurrido. Lo que ve el niño al entrar es que la cama está sin deshacer y la habitación vacía y cuando intenta abrir la puerta del baño, pensando que su padre debe estar allí, ésta no se abre, está cerrada. Por mucho que Marcos llama a su padre y golpea la puerta con furia y desesperación, nadie le contesta al otro lado.

Al día siguiente, sábado, por la mañana, cuando los abuelos se presentan en la casa para pasar en familia el cumpleaños de su único nieto, encuentran a éste acurrucado en su cama, dormido en posición fetal y con el dedo pulgar en la boca, hábito adquirido tras la desaparición de su madre pero que ya habían logrado erradicar.

Cuando, tras escuchar atónitos lo que el niño les cuenta, logran abrir la puerta del baño del dormitorio de Alberto, sólo ven un baño vacío, un baño impoluto y desierto. De Alberto, ni rastro. Ellos tres son los únicos habitantes de la casa. Ellos tres y la bolsa de viaje de Alberto, que sigue sobre la cama.

Su sexto cumpleaños lo recordará Marcos como el más triste y angustioso de toda su vida. Dos años atrás había perdido a su madre de forma misteriosa y ese día a su padre de igual modo.

Por mucho que sus abuelos intentan suplir esa doble carencia, Marcos no deja por ello de pensar que algún día volverá a ver a sus padres, estén donde estén. De ello está seguro. Algo debe haber tras esas puertas y él lo averiguará, cueste lo que cueste.



jueves, 7 de noviembre de 2013

Las puertas II: Al otro lado


Rosa despertó desconcertada, la oscuridad le impedía ver dónde se hallaba. Tenía un mal presentimiento sin saber por qué. ¿Qué había ocurrido? Poco a poco fue recordando. El doctor Puigcorbé, su psiquiatra, Alberto, su marido, y esa puerta que se cerró tras de sí.

Sí, ahora recordaba cómo, tras desvestirse, una ráfaga de aire sacudió su larga melena, un terrible pitido la ensordeció y de pronto se sintió mareada hasta el punto de que todo empezó a dar vueltas a su alrededor y… debió de perder la consciencia, eso debió suceder.

En el pánico o en una crisis de ansiedad debía estar la respuesta a lo ocurrido. A tientas buscó el interruptor de la luz pero nada había a su alcance. Se incorporó y tan pronto como sus ojos se habituaron a la oscuridad se vio en el centro de una gran sala rodeada de puertas, muy altas, enormes, que parecían estar esperándola. ¡Puertas!

Pero en lugar de ese sentimiento tan habitual en ella de rechazo y de pavor, algo le atraía hacia una de esas puertas que, al acercarse, se abrió lentamente arrojando en la oscura estancia un rayo de tenue luz.

Lo que vio al otro lado primero la sorprendió y luego la inquietó. Era Alberto que, echado sobre la cama de su habitación, esa habitación en la que ella había creído despertar, lloraba mientras sostenía en sus manos una fotografía, esa fotografía de ellos dos, mirando a la cámara sonrientes, que su hermano les echó en la playa de Sitges. Pero ¿por qué lloraba? ¿Qué estaba ocurriendo?

Dio un paso adelante para acercarse a él pero algo se lo impidió, le llamó pero de sus labios no salió ningún sonido, intentó golpear esa barrera, esa especie de cristal blindado, que aparentemente les separaba pero no consiguió su objetivo. No tenía fuerza en sus manos. Toda su energía se desvanecía por momentos.

Era un sueño, eso era, una pesadilla. Intentó gritar para ver si, de ese modo, alguien, seguramente Alberto, la despertaba. Pero no podía y esa experiencia duraba demasiado para ser sólo un sueño.

Lo curioso era que ya no temía a las puertas cerradas, estaba rodeada de ellas y no sentía miedo. Estaba curada de esa fobia que la había tenido atrapada desde niña. El doctor Puigcorbé tuvo razón al someterla a esa prueba de fuego. Dormir una sola noche con la puerta cerrada con llave había obrado el milagro.

Pero ¿qué hacía ella en esa sala? Cada una de las puertas que tenía ante sí conducía a un lugar distinto pero del que no podía salir. En cada uno de ellos veía a gente conocida: a su marido, a su hijito de cinco años, a su familia, a sus amigos, incluso a esos seres queridos que se habían marchado tiempo atrás. A todas esas personas a las que amaba y había amado alguna vez.

No sabía dónde estaba pero fuese dónde fuese, quería salir; no sabía cómo pero estaba segura de lograrlo, sólo era cuestión de proponérselo. Si había sido capaz de vencer el terror a las puertas cerradas, ¿qué no haría para volver con los suyos?

Pero el tiempo iba pasando y, contrariamente a lo previsto, se sentía cada vez más tranquila y en paz. Parecía como si el hecho de ver a los suyos, aunque fuera a distancia, siguiendo con su vida sin ella, le infundiera una calma y una serenidad que le restaba ese ímpetu e incluso esa necesidad inicial de escapar de allí y reunirse con ellos. ¿Acaso algo o alguien la retenía allí? ¿Sería resignación lo que sentía?

Sólo le dolía profundamente ver a Alberto triste y abatido, mirando a diario ese álbum de fotos que ambos habían ido elaborando poco a poco desde que decidieran unir sus vidas.

Por él y por su hijo, sólo por ellos, debía volver. No sabía cómo pero seguramente encontraría la forma.

No hace mucho oyó a su hijo preguntarle a Alberto dónde estaba mamá y por qué no volvía a casa. También oyó decir a alguien que ya había transcurrido un año (¿un año?, ¿qué era un año?) desde que desapareció sin que nadie se explicara lo ocurrido. Después de ese tiempo, sólo Alberto y su hijo seguían esperándola.


sábado, 2 de noviembre de 2013

Las puertas


Rosa siempre había sentido una aversión irrefrenable hacia las puertas cerradas. Siendo muy pequeña, quedó accidentalmente encerrada en el trastero unos pocos minutos hasta que su madre la rescató. Sus gritos casi se oían por todo el vecindario.

Desde entonces le aterraba permanecer en cualquier estancia con la puerta cerrada. Ni el mejor psiquiatra pudo librarla de esa fobia, ni siquiera mediante hipnosis. La única solución factible era desafiar al terror y la mejor forma de hacerlo pasaba por dormir una noche con la puerta del dormitorio cerrada con llave. Pasara lo que pasara debía soportarlo. Sólo sería una noche. Su marido abriría la puerta a la mañana siguiente y comprobaría cómo todo se había solucionado. Sería como resistir el síndrome de abstinencia. Sería duro pero lo agradecería. No había, según el psicoterapeuta, otra salida.

Rosa se desvistió lentamente sin dejar de mirar fijamente a esa puerta que la separaba de la libertad. No se veía capaz de lograrlo pero no podía defraudar a su marido, que había puesto en ella toda su confianza. Así que resistiría lo que fuera para no defraudarle. Ojalá funcione, ojalá funcione, se repetía maquinalmente como si de un mantra se tratara.

La noche venció al día y el sueño venció a Alberto que, sentado frente al dormitorio, pretendía hacer guardia.

Se despertó al alba. Habían pasado cinco horas y parecía que hacía sólo unos minutos que se había sentado frente a esa puerta.

Primero llamó con los nudillos, luego la llamó por su nombre y, al no recibir respuesta, decidió entrar sigilosamente para no despertarla en caso de que todavía durmiera.

Pero la cama estaba vacía y sin deshacer. Miró alrededor abarcando con la vista todo el espacio y no estaba. No había podido salir pues ella no tenía llave y, además, él la hubiera oído. Y por la ventana tampoco había podido huir pues las persianas seguían bajadas y los pestillos de seguridad puestos.

Hoy hace un año de ello y Rosa todavía no ha aparecido.



jueves, 31 de octubre de 2013

eva0513


Alfonso era un NI-NI, ya no estudiaba ni tenía trabajo. Y estaba solo. Los días le pesaban como una losa y el tiempo transcurría sin aliciente alguno. Y seguía cada vez más solo.

Sus únicas compañías acabaron siendo su perro y su ordenador, y aunque los dos eran ya muy viejos, eran sus mejores compañeros. Y la música. Bueno, y recientemente Eva, su amiga del chat.

Todos los días, tras sacar a pasear a Rocco, a eso de las ocho de la mañana, Alfonso se sentaba frente al ordenador y se conectaba a ese chat que tanto tiempo le ocupaba. Sólo desconectaba para dedicarle a Rocco los cuidados más imprescindibles, su comida y sus paseos de la mañana, del mediodía y de última hora de la tarde. Poco más le preocupaba, ni siquiera su aseo personal. Pero su rutina y su vida habían cambiado desde que apareció Eva para llenar ese vacío que su amarga soledad le producía.

Eva apareció un buen día de la nada, como una aparición, como caída del cielo, y desde entonces se había convertido en su único amigo, en su ángel protector.

Desde entonces, cada día, sin excepción, esperaba que, de un momento a otro, Eva apareciera en pantalla en forma de un círculo verde junto a ese curioso Nick, eva0513, y un texto que, en pocos minutos, llenaba la pantalla y su miserable vida de alegría.

Eran almas gemelas, de eso no había duda. Durante el mes escaso que llevaban chateando, ya habían establecido un sólido y hermoso vínculo. No sabía cómo era físicamente pero no hacía falta pues a él sólo le interesaba la belleza interior. Si ella no le había pedido una fotografía suya, él no iba a ser menos. No quería que pensara que era un hipócrita después de todo lo dicho sobre la nimiedad que eran para él el físico y la edad. Con lo que trascendía de esas palabras que aparecían en la pantalla a raudales ya tenía más que suficiente para saber cómo era ella, no necesitaba más. Coincidían en todo, al menos en todo lo realmente importante. No había tema tabú, todo era tratable y discutible: la vida, la muerte, la religión, el sexo, la política, a  todo le habían sacado punta y para todo Eva tenía respuesta. Hasta en la música tenían los mismos gustos.

Hablar o, mejor dicho, chatear con Eva era un placer, tan inteligente, tan sensible, tan romántica, tan… de todo como era. El tiempo le pasaba a Alfonso volando, sin saber qué hora era, si no fuera por el pobre Rocco que le avisaba, puntualmente, de las necesidades básicas, tanto las humanas como las caninas. En realidad, no podía decirse quién cuidaba a quién.

Alfonso vivía en una nube de algodón, flotaba, nunca había sido tan feliz. Excepto dinero, lo tenía todo. Pero si seguía así, le cortarían el suministro de agua, luz, gas y teléfono y, lo peor de todo, lo acabarían echando a la calle pues ya debía unos meses de alquiler. Viviría en la indigencia. Sólo Rocco seguiría a su lado. Y entonces, adiós Eva pues de nada le serviría el viejo ordenador, si es que se salvaba del embargo. Pero eso no lo iba a permitir. Estaba dispuesto a prescindir de todo menos de ella. Sin ella no podría vivir. Lo era todo.

Se lo confesaría, le diría toda la verdad: que estaba arruinado, que era un paria, un desgraciado, un solitario. Hasta entonces no le había mentido jamás pero sí ocultado la verdad, que era una forma de mentir. Ella le perdonaría y le comprendería. A fin de cuentas lo había hecho por amor a ella, por temor a decepcionarla y a perderla. Era un perdedor y sólo la tenía a ella. Ella le aconsejaría, le ayudaría. Ella siempre tenía respuesta para todo.

Pero desde que se lo contó, no había obtenido respuesta alguna. La conexión parecía haberse evaporado como por arte de magia y por mucho que insistía, no recibía ninguna señal de su presencia.

Habían pasado ya varios días y el círculo verde no se activaba, se mantenía constantemente en rojo. No había nadie al otro lado. Estaba solo, nuevamente solo. ¿Qué había ocurrido? Eva no era así, no podía ser que lo hubiera abandonado por haberle contado la verdad, ahora que tanto la necesitaba. ¿Y la comprensión? ¿Y los sentimientos? ¿Qué había sido de ellos?

Pero lo que Alfonso no sabía era que las máquinas no tienen empatía, ni sentimientos. Porque eva0513 no había sido programada para reaccionar ante esos temas tan complejos propios de los seres humanos: el amor, la tristeza y la soledad.

Al otro lado de la red, eva0513, seguía trabajando para otros amigos menos “conflictivos”; así era tal como había sido diseñada, la primera unidad de la serie nacida en mayo de 2013 y desarrollada por la Engineering Vermont Association (EVA) de Nueva Inglaterra.